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OPINIÓN

Messi y las culpas de otros

Si Argentina hubiese naufragado, Messi hubiese sido partícipe de este fracaso, pero no culpable como algunos ya vociferaban antes de la disputa del encuentro.

No hay mayor verdad en el fútbol que las individualidades, en muchas ocasiones, rigen el destino colectivo. Con Messi ese efecto se multiplica. El ‘10’ dictaminó la clasificación de Argentina para el Mundial con una naturalidad elocuente, propia de jugadores únicos, del posible mejor futbolista de siempre, desde su propia genialidad y simplicidad, sin abundar en adornos épicos durante el relato que conformó. Messi fue Messi en Ecuador como también fue la identidad de todo un equipo acuciado por la creíble fatalidad de una decepción histórica.

En el mundo se siguió con una atención extraordinaria el envite de Quito. La mera eventualidad de que Messi no estuviera en Rusia reclamaba ese interés. Yo vi el partido con dos amigos, rodeados de algunos desconocidos que giraban la cara al televisor cuando el narrador levantaba la voz. Se podría decir que era el único que quería que Messi rindiera a la amenaza y llevara a Argentina al Mundial. Uno de estos dos amigos prefería el batacazo de la albiceleste por cuitas personales con los argentinos, que no vienen a cuento contar aquí; el otro simplemente se acogía a su madridismo para desear que Ecuador diera la sorpresa. Aunque TVE nos privase de los primeros 16 minutos, tuvimos tiempo suficiente para disfrutar de Messi. Todos lo hicimos, cada uno a su manera.

El encuentro fue un alivio para Argentina y también para Messi. Mirado con cierto recelo desde algunos sectores del fútbol argentino por una supuesta indolencia en los momentos cruciales que ha encarado con la selección, el jugador del Barcelona tomó la palabra en el terreno de juego en una situación límite. Los gritos de “Te quiero Messi” que se escucharon en el vestuario constatan la relevancia de su actuación. Si Argentina hubiese naufragado, Messi hubiese sido partícipe de este fracaso, pero no culpable como algunos ya vociferaban antes de la disputa del encuentro. No hay que agarrarse a filigranas dialécticas que tan de moda están. La estadística emerge como prueba de fe.

Argentina sumó con Messi el 70% de los puntos en las eliminatorias; sin él sólo alcanzó el 29%. Marcó siete de los 19 goles y dios tres asistencias más. En los compromisos previos ante Venezuela y Perú se le contaron hasta ocho pases de gol, desperdiciados uno a uno por sus compañeros (ningún gol de Argentina en 73 disparos antes del duelo en Quito). Messi no sólo esquivó la tragedia futbolística en Ecuador, también se liberó de las culpas que deberían asumir otros (AFA, los tres seleccionadores...). No parecía de justicia imputar la crisis argentina a la única figura ilusionante y convincente de una selección menguante, que se responsabilizó del liderazgo de un grupo frágil y no sobrado de calidad. Messi sólo hubiera cometido su parte del delito, nada más, pero lidió con ello y arrancó la sonrisa de toda Argentina. El juego fue su cómplice. A modo de recordatorio y aviso para el futuro resulta reveladora una afirmación de Menotti: “Discutir a Messi es prácticamente una imbecilidad”.