Navarro y el Eurobasket: el último baile de la Bomba

La pasada temporada, Navarro solo jugó 34 de los 69 partidos oficiales del Barcelona en la peor temporada de la historia reciente del club. En junio cumplió 37 años, y es innegable que las lesiones han convertido el tramo final de su carrera en un sinfín de requiebros de los que cada vez le cuesta más escapar. Hay debate sobre su situación en el Barcelona y ha habido debate sobre su presencia en este Eurobasket 2017. Esto son hechos ahora, en el verano de 2017. Así que ahí va otro: en cuanto termine el Eurobasket, en cuanto Navarro haya jugado su último partido con la Selección, ya le estaremos echando de menos. Cuando lo circunstancial (las lesiones, los momentos de forma, los minutos de más o de menos) se vayan a cualquier parte y quede él: Juan Carlos Navarro. Un currículum que es un tomo de la historia del baloncesto FIBA. Un talento que se ha pasado casi dos décadas poniéndonos delante de la televisión. Para ver qué pasaba, porque siempre pasaba algo. Para ver qué hacía. Porque siempre hacía algo.

Desde luego Pau Gasol es el mejor jugador de nuestra historia, pero (probablemente) Juan Carlos Navarro es el más mágico. Un anarquista magnético, un anotador bohemio del que hablarán sus bombas entre el tráfico de las zonas, sus triples con el cuerpo colocado de cualquier manera y sus rachas de anotación incontenibles. La alegría de jugar al baloncesto, la felicidad del que mira y desde antes del cambio de siglo (Varna 1998, Lisboa 1999), la semilla de una Selección legendaria que ha sido uno de los estandartes de la edad de oro del deporte español. Es uno de los cinco jugadores, de toda la historia del baloncesto, que ha disputado cinco Juegos Olímpicos. Ha ganado todo, ha metido todas las canastas que se nos ocurran (y casi todas las que nunca se nos habrían ocurrido), y ha firmado imposibles con la cara con la que los demás nos levantamos de la cama. No le caben en casa las medallas y las copas, pero su gran legado será, finalmente, que todo el mundo tendrá una historia de Navarro. Un recuerdo. Un momento que le dejó marcado. O boquiabierto. O con una sonrisa de oreja a oreja: la alegría de jugar al baloncesto.

Con la Selección, y aunque hay un millón, el recuerdo de muchos es ese trance en el que entró en los cruces del Eurobasket 2011, sin cadena: 26 puntos a Eslovenia en cuartos, 27 a Francia en la final y, dos días antes, 35 sobre una Macedonia aterida con récord histórico del torneo en un cuarto: 19 puntos. Se suele usar el tópico de todos los colores pero en este caso fue así, literalmente: puntos de todos los colores. Desde Sidney 2000, un año antes del debut de su inseparable Pau, Navarro solo se ha perdido dos torneos de la Selección. Los dos por lesión. Es un símbolo, un jugador único y un competidor voraz disfrazado de artista callejero. Si España se cuelga otro metal sería la octava en los últimos nueve campeonatos de Europa. Y sería, además, un cierre perfecto para el último baile de la Bomba.