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Tercer tiempo

El ciclista duda

La crónica que hace Carlos Arribas en El País sobre la caída de Alejandro Valverde a orillas del Rin, en el Tour de Francia, duele como el sonido de un hueso. “El ciclista duda y pierde el control. (…) El parte médico duele: Fractura de rótula izquierda”. Alejandro también se rompió el astrágalo, otro hueso de nombre con resonancias literarias, como esa crónica, como el ciclismo. Vamos por partes: El astrágalo es la novela de Albertine Sarrazin, nacida en Argel en 1937, muerta en Montpellier en 1967. Tuvo una vida terrible; trató de huir en la cárcel: se rompió el estrágalo. De ahí ese título. Duele como la lesión de Valverde.

Esperando a Valverde

El Tour, ese mito, ya no puede esperar a Valverde. Este hermoso deporte consiste en esperar: esperar al otro, esperar a que pase el nuestro. Albertine Sarrazin escribió sobre el mismo hueso que se rompió Valverde, aparte de la rótula. Esa es su resonancia ciclista. Entre nosotros Javier García Sánchez, novelista que acaba de publicar un libro enorme sobre la conspiración que asesinó a Kennedy, tiene una imponente novela sobre el Tour, El Alpe d´Huez. Y un monumento secreto de la literatura al ciclismo es Esperando a Godot (1952), la famosa pieza teatral de Beckett. Su origen es la pasión del autor por el ciclismo.

¡Si ya pasaron todos!

No es leyenda, no es mentira. Beckett iba a un pueblo pequeño, a ver pasar a los corredores del Tour. Sorprendido por la espera de los aficionados una vez que habían pasado todos los corredores, preguntó a los parroquianos qué hacían aún allí, esperando. Uno de ellos le explicó: “Estamos esperando a Godot”. Godot era un ciclista de la localidad, era tardón, siempre pasaba el último, y muy tarde. A partir de esa anécdota Samuel Beckett escribió su obra sobre la soledad, la paradoja y el silencio. Tanto silencio que duele, como el dolor de Alejandro, que ya no llegará este año.

De boda y bautizo

El fútbol ya es como un recuerdo encerrado en una jaula. Como si estuvieran sordas las radios y en espera los televisores. Se traslada el deporte al dime y direte de los fichajes, que tienen el aire (para el aficionado ingenuo) de despedidas tristes de quienes fueron ídolos provisionales. En la zona social, bodas y bautizos. Aleix Vidal tuvo la ocurrencia de casarse en temporada, y para qué fue aquello. Messi, más juicioso, se casó con la madre de sus hijos ahora mismo, en la canícula española. El matrimonio puede esperar, el fútbol no. Y Messi lo hizo en su pueblo. Nadie le puede negar esta vez sensatez al ídolo.

Cristiano y su pareja

Y Cristiano, su rival más afectivo en el fútbol mundial, tuvo parecida puntería. No tuvo su pareja de niños (uno, Mateo, se llama como uno de los de Messi) hasta el receso anual. Como si se hubieran concebido para que no hubiera otro trajín que el fútbol, en este caso también se produjo el acontecimiento (doblete es la figura) cuando no podía interferir con el tiempo de la competición. Casarse se gradúa a voluntad, concebir y parir tiene su tiempo, como la temporada del fútbol. Y Cristiano y Messi han sido respetuosos con esos tiempos. Ellos llevan el ritmo en la sangre, no como Godot, que llegaba cuando él quería.

Afectos disueltos

Disueltos o reencontrados. Mathieu está ensayando para irse del Barça, Coentrao ya ensayó para irse del Madrid; Costa se está yendo del Chelsea y el Atlético lo espera. Mientras, Saúl, capaz de levantar con sus goles a una Selección Sub-21 que luego se desfondó, renueva para siempre con los rojiblancos. Y Deulofeu esperó un año para volver al Barça. En cierto modo, los futbolistas son como los ciclistas, esperando su tiempo. Hasta que la vida les enseña los dientes en forma de traspaso. La rótula, el astrágalo, también se rompen en el fútbol, pero en el ciclismo duele más la caída.