El VAR, la polémica y mi sobrino
Mi sobrino Mario, como toda la familia, es futbolero. Y a sus nueve años aún le cuesta aceptar una derrota. Una vez, lanzándose tiros en el pasillo de casa con uno de mis hermanos, el juego se acabó por culpa de un gol fantasma. El niño reclamaba el tanto al adulto, pero éste le insistía que la pelota no había traspasado por completo el marco de la puerta que hacía de portería. Mario entró llorando en el salón, acusando a su tío de tramposo y buscando en los brazos de su madre la enmienda de un comité de apelación. La ocasión era perfecta para explicarle al prebenjamín una norma importante de las famosas 17 reglas del juego que tanto le gusta. Cogiendo la pelota y usando el dibujo del mantel como improvisada línea de cal, pasé a indicarle gráficamente sobre la mesa cuándo se considera que el balón ha traspasado por completo la raya y, por tanto, es fuera o, como en este caso, gol.
No hubo manera, la rabieta impidió cualquier explicación. Desde entonces, nos vale con decirle “Mario, ¿cuándo es gol?” para que se reactive inmediatamente el enfado y haga todo lo posible para que te calles. Y es una pena porque todavía no he podido decirle cuál es la norma más importante que debe aprender un futbolista, y que no está escrita en el reglamento.
Yo la aprendí de un veterano en un vestuario, me ahorró desde entonces muchos enfados y me ayudó a respetar un poco más el juego. A la pregunta de cuándo es gol, la respuesta académica es “cuando el balón haya atravesado completamente la línea de meta entre los postes y por debajo del travesaño”. Pero la regla real, y que todo jugador y aficionado debería tener presente siempre, reza así: es gol cuando el árbitro lo dice.
Es decir, y se extrapola a todas las demás normas, no es necesario que la pelota entre en la portería para que se conceda un gol. O que la pelota toque el brazo de un jugador para que se señale una mano. Y viceversa, un balón que atraviese la línea de meta o que sea jugado con el brazo no es automáticamente gol o mano, respectivamente. El árbitro es quien manda y, como el resto de actores del fútbol, se equivoca. Puede ver lo que no es y no ver lo que es.
Con este razonamiento, que parece de Perogrullo, si fuera aceptado unánimemente por deportistas y aficionados como lo es en el rugby, por ejemplo, se acabaría de un plumazo con la archiconocida polémica del fútbol. Pero mientras eso no pase, la tecnología tampoco lo logrará.
El VAR va a ser implantado próximamente, pero se confunden aquellos que crean que el fútbol erradicará la polémica y el error del árbitro. Hace siglo y medio se inventó este fabuloso juego y desde el primer momento se le encomendó la función de aplicar el reglamento a una única persona, el árbitro. Toda la justicia del fútbol reside en la interpretación de un ser humano, que puede ser muy diferente al de otro colega de silbato. El fútbol jamás será justo en el concepto estricto que algunos pretenden.
La Confederaciones ha demostrado que hay que pulir mucho el método de uso del VAR. Incluso acotar aún más las acciones que merecen ser revisadas y, por tanto, alterar el ritmo del partido. En cuanto a las soluciones que aporta la tecnología me temo que son muchas menos de las deseadas. Es innegable y necesario el Ojo de Halcón para la línea de gol. Y si algún día es posible, sería genial también para todo el perímetro del campo y determinar todos los fueras sin error. Ahí la explicación que le quise dar a mi sobrino deja de tener tanta fuerza. Pero seguirá vigente siempre en multitud de jugadas habituales.
El VAR trae la ventaja de la revisión de infracciones para decidir si son o no son, o si merece tarjeta amarilla o roja. Esa pausa para decisiones importantes es muy positiva. Pero el que revisa seguirá decidiendo según su parecer. Condicionado, además, por las tomas disponibles de televisión, que a veces ni siquiera sacan de dudas. Así que la percepción puede ser muy diferente según el observador. A lo que se une la imposibilidad de reanudar una jugada parada por error. Piensen, por ejemplo, en un fuera de juego señalado en el centro del campo, cuando el delantero va en carrera hacia el portero, y una vez señalado se ve en las imágenes que no lo era.
Así que, Mario, fuera de juego o falta es… cuando lo pite el árbitro. Y punto. Porque la tecnología puede ayudar, pero jamás hará milagros como lograr que la afición se acostumbre a entender y respetar que hay uno solo que manda. Y que, como todos, se equivoca.
Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.