La gran fiesta italiana en Mugello

Me gusta mucho Italia. El país y quienes lo habitan. Por eso para mí no es mal consuelo que los italianos se hayan dado un homenaje en el gran premio de su país, toda vez que no ha sido un buen domingo para los españoles en lo que se refiere a victorias. Es bonito, gane quien gane, ver como la pasión por un deporte encuentra su recompensa, como ha ocurrido en Mugello con ese triplete de pilotos locales. Es un circuito único, excepcional, de mis preferidos porque representa la mayoría de los valores que se esperan de este deporte: velocidad, exigencia, arrojo, riesgo... Además del escenario de sensacionales carreras, desde las de Moto3 con pelotones interminables peleando por los rebufos a las de MotoGP a más de 350 km/h. Puro espectáculo, emoción sin aderezos.

Una pista que también saca a relucir las carencias de quienes aceptan su desafío. No hablamos de sorpresas, sólo de que Mugello revela cuando algo no va bien. Es el caso de las Honda oficiales de la clase reina, inferiores en prestaciones a sus rivales y que tanto están condicionando las actuaciones de Márquez y Pedrosa. Marc especialmente se la juega cada vez que sale a la pista con frenadas imposibles que intentan paliar tal inferioridad, un mal asunto cuando se convierte en norma porque puede acabar en desgracia. El GP de Italia también ha dejado claro que Lorenzo necesita más tiempo para adaptarse a una moto especial como la Ducati; le pone mucho corazón, pero obviamente le hace falta algo más cuando dos motos italianas están en el podio y él no lleva ninguna. Seguro que lo conseguirá, sólo que aún no ha llegado su momento.