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Quitar la puerta de Valverde, poner puertas al campo

Tan sorprendente como el final de ‘Los Serrano’ debió de resultar el anuncio de que Ernesto Valverde entrenará al Barcelona, a juzgar por algunas enérgicas y airadas reacciones que ha suscitado. Esperable en parte, pues ni el fútbol va sobrado de racionalidad ni las redes sociales, del sano ejercicio de contar hasta diez antes de volcar la ira. Pero, en este caso, el fenómeno ‘hater’ no obedece al nombramiento en sí, sino a que coincide con que el ‘Txingurri’ tiene una puerta a su nombre en Cornellà-El Prat, como uno de los 98 futbolistas que más huella dejaron en la historia del Espanyol. Interesante debate, pues hay quien incluso pide su cierre. Parece como si para este enredo escribiera Oscar Wilde (o su traductor, que no debió de captar el juego de palabras original del autor) ‘La importancia de llamarse Ernesto’.

Es cierto que se antojará tragicómico pasar por delante de esa puerta 89, por ejemplo, el día del próximo derbi. Pero no es menos surrealista, precisamente, intentar poner puertas al campo. Es decir, ¿que Valverde entrene temporalmente al eterno rival borra lo que obró en el Espanyol? Y, ya que la cosa va de puertas, ¿tendríamos que ir al Ministerio del Tiempo y atravesar las que nos lleven a 1988 y 2007 para aniquilar cualquier resto del concurso de Valverde en la UEFA de Leverkusen y la de Glasgow, con sus bellos caminos hasta la final? ¿O el Tamudazo en el mismísimo Camp Nou? Imaginen que alteramos todos esos momentos: ¿no perdería el Espanyol en recuerdos, valor o en patrimonio emocional? Quizá ahí está el porqué de la puerta 89. Ni el presente más hostil debería desdibujar un exquisito legado.