¡Tres mil veces gracias!

Llegaba el Mundial de motociclismo a la carrera 3.000 de su historia y no ha podido ser de mejor manera y en mejor escenario. Un triplete de victorias de los pilotos españoles en una jornada soleada para dar brillo a un circuito de Jerez que lucía sus mejores galas con el empuje de una afición que es única. Una bonita efemérides que nos obliga a sentirnos agradecidos y afortunados por los privilegios del deporte español en este campeonato. Podríamos recurrir a decenas de estadísticas para refrendarlo, empezando por los 559 triunfos nacionales desde 1949, pero quizá sea mucho más ilustrativo y significativo el gran día que se ha vivido en la pista gaditana. Tres veces sonó el himno y nadie que no sea de este país ha logrado subir al podio de MotoGP (qué bonito ha sido). Eso, ni más ni menos, es el motociclismo español, pocos pueden presumir de tanto.

Por lo demás, la categoría reina ha dejado conclusiones interesantes. Empezando por el ganador, un Pedrosa que vuelve a demostrar que cuando las condiciones son ideales para su estilo de pilotaje es sencillamente imbatible. No estuvo al alcance ni siquiera de Márquez, más atrevido con la elección de neumáticos y que, sin embargo, fue incapaz de seguir el ritmo de su compañero, imparable desde la salida y perfecto rodando en solitario. Pero sin duda, la gran sorpresa para mí, incluso diría que la mayor alegría, ha sido ver a Lorenzo en el podio con una Ducati que parecía empeñada en complicarle la vida desde que la estrenó. El talento y la experiencia tienen estas cosas, que permiten sacar petróleo de donde no lo hay; además, creo que la marca italiana va a escuchar a su campeón y cambiará una moto tan crítica para no cometer los mismos errores que arruinaron su relación con Rossi.