El Sevilla de ahora no ve más que nubarrones
Se puso tristón el Sevilla en Leicester y allí, en las Midlands, se rompió la magia. En el Calderón fue zarandeado, Monchi anunció su adiós en pleno parón y ante el Sporting tropezó por cuarta vez consecutiva y terminó de triturar la renta que le llevaba al Atlético. Han pasado cosas en el Sevilla. A Sampaoli se le ha ido apagando algo el discurso, que ha derivado en múltiples direcciones. No le ha ayudado ver su nombre con demasiada frecuencia en los diarios. Un día como posible recambio de Luis Enrique en Barcelona y al siguiente como seleccionador argentino deseado. Lo último ha sido airear el anuncio de una reunión pendiente con el presidente, José Castro, para saber cómo queda la entidad después del anuncio traumático de Monchi. Y con una frase que suena a exigencia en un momento, sin duda, inoportuno: “Si me quedo acá es para tener la obligación de pelear el torneo”. A los niveles a los que transitan hoy Madrid y Barça, el Sevilla no puede prometerle eso a Sampaoli ni a nadie. Esa declaración, y el nuevo guiño a Messi, crea otra situación de tensión innecesaria.
A todo esto el Sevilla es cuarto, que no es la posición con la que soñó al final de la primera vuelta pero que es la más fiel a su potencial. Todavía está a tiempo de rehacerse y terminar la temporada con un buen sabor de boca. Tiene a tiro aún la mejor puntuación de su historia (76) pero ya no puede descuidarse mucho para pulverizarla. Para eso necesita más de Nzonzi, Nasri, Vázquez, Ben Yedder. Jugadores que estuvieron en la élite de la Liga en noviembre y diciembre y se han ido cayendo. Así llega a Barcelona, sólo viendo nubarrones. Triste, necesita pegarse una juerga cuanto antes. Aunque sea para recordar. “Con Emery, mayo era fiesta”, me decía un sevillista ya nostálgico la misma noche negra de Leicester.