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Ni siempre ni todos

El Real Madrid ha adquirido una costumbre inquietante: se obliga a remontar los partidos, casi siempre en el segundo tiempo. Ha ocurrido en cinco de los seis últimos encuentros –dos veces con el Nápoles, con el Valencia, Villarreal y Las Palmas-, con resultados de todos los colores. Se impuso en las dos ocasiones al equipo italiano, venció al Villarreal, empató con la UD Las Palmas y perdió con el Valencia. Cuando menos se puede interpretar como un gusto por el riesgo.

Si un episodio se repite tanto, se puede hablar de un modelo de conducta, en este caso alterado por la aplastante actuación en Ipurua, donde el Real Madrid solucionó el duelo donde generalmente se mete en problemas. Es decir, pronto. Frente al Eibar, se garantizó la victoria con goles tempranos y una actuación autoritaria. El mensaje del equipo fue inequívoco: somos mejores y lo vamos a demostrar desde el primer minuto.

No se trató de la calidad, sino de la voluntad de imponerla. El Madrid no ganó con jugadas. Lo hizo con juego, y eso significó el máximo compromiso general. Funcionó con cohesión, rapidez y sentido colectivo. La actitud defensiva fue tan importante como la creatividad ofensiva. Fue un equipo situado en las antípodas de las distraídas versiones de las últimas semanas.

La reiteración en la conducta impone algún tipo de lectura, salvo que se abogue por la casualidad. Si es así, es la más terca de las casualidades. Todo este curioso proceso se ha producido en el momento de la máxima abundancia, cuando Zidane ha dispuesto de todo su arsenal de jugadores. Por raro que parezca, el Madrid llevó una línea más natural y regular cuando abundaban las bajas, sobre todo cuando Zidane no disponía a la vez de Cristiano, Benzema y Bale. Ocurrió durante la primera mitad de la temporada –la famosa BBC sólo apareció en un partido de Liga- y casi todo enero. En este largo periodo, el Real Madrid sólo perdió un partido, contra el Sevilla, en la Liga.

Fuera de la gran actuación del equipo y de la victoria en Eibar, la noticia más relevante fue la ausencia de Cristiano y Bale. El portugués, por una leve lesión. El galés, por sanción. Lejos de acusar las bajas de sus dos grandes estrellas, el Real Madrid jugó un partido casi perfecto. Lo reconocieron Zidane, los jugadores y el periodismo. Tres días después, el equipo regresó en Nápoles a la incertidumbre. Concedió el peso del juego al Nápoles, permitió un gol y varias oportunidades, respondió más por errores defensivos del equipo italiano que por solvencia futbolística y terminó por depender de ese fabuloso colchón de seguridad que es Sergio Ramos cuando acude al área contraria. A pesar de la importante victoria, el partido habló sobre todo de las concesiones del Real Madrid.

Cada vez más se agiganta un debate: ¿deben ser titulares por obligación Bale, Benzema y Cristiano? Zidane dijo que sí cuando se hizo cargo del equipo. Es una decisión que condiciona muchas cosas en el Real Madrid, desde la táctica hasta el humor de los suplentes. Nadie discute el prestigio, la categoría y la capacidad para anotar goles de estrellas como Cristiano y Bale, pero la realidad se impone. El equipo les necesita, pero no siempre, a la fuerza y descomprometidos del esfuerzo defensivo.

Si algo distingue al Madrid de todos sus rivales, en España y en Europa, es su imponente, joven y versátil plantilla. Cuando Zidane ha estado en condiciones de utilizar hasta el último hombre, el equipo ha respondido más que bien. Cuando prevalece la obligación, el Madrid ofrece dudas y se aboca más de la cuenta a la lotería de las remontadas.