Se hizo duro ver a Peñarol aplastado por Jorge Wilstermann en su debut en esta Copa Libertadores. De nada sirve el amago de remontada o el primer gol boliviano ilegal. Tremendo ver a uno de los más laureados de América sucumbir de esa forma, y tampoco hay que extrañarse. Hace demasiado ya que los grandes uruguayos están lejos de disputar los títulos. Alguna eliminatoria épica ganada, sí, e incluso Peñarol alcanzando aquella final del 2011 ante el Santos de Neymar. Pero poco más.

Mientras veía caer los goles de Wilstermann uno tras otro pensé en las gestas de Peñarol que uno ha vivido desde la distancia. Y por supuesto en diferido. Impensable era ver en directo en Madrid aquella final de 1982 ante Cobreloa. Un viejo videocassette desde Montevideo a mi casa para disfrutar semanas después de un triunfo que ya sabía. Dio igual, me emocioné lo mismo con el gol de Fernando Morena. Aquel gol de Morena tras un partido horrible en Santiago. Aquel agónico remate de zurda inalcanzable para Oscar Wirth que hizo enloquecer a la mitad de Uruguay. La jugada de Venancio Ramos por la derecha y el remate de uno de los mejores delanteros que jamás dio Uruguay. Era el Peñarol de Víctor Hugo Diogo, de Bossio, Saralegui, Walkir Silva, Jair o Venancio Ramos. El de Hugo Bagnulo y el de Fernando Morena. Años antes El Grafico ya le había dado a conocer con un artículo que tituló “El botija de oro”. Su inicio en Racing, su pase a River, su debut en la selección ante Chile, la gira por Europa y el mundial 74. Y ese gol que significó la cuarta Copa Libertadores aurinegra. Años después y también en Santiago de Chile marcaría otro gol épico Diego Aguirre. Otro título. Y volvió a sonar aquello de “porque Peñarol seremos todos, porque todos somos Peñarol”. Hoy que Suárez y Cavani deleitan con sus goles en dos grandes del primer mundo futbolístico, confío en que jamás se olvide a Fernando Morena.

Sí, adoro Uruguay y a todo el fútbol uruguayo. Imagino que se han dado cuenta ya.

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