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El irreal partido

Fue todo tan irreal. La fecha, con la gente celebrando otra cosa, la tamborrada, distinta al fútbol. El fútbol mismo, que fue irreal, basado en la suposición de que en realidad no estaban jugando sino mirándose, o peleándose. Un partido tan duro en el que Messi recibe una amarilla es un partido irreal, no me digan que no. El árbitro, que tiene nombre de personaje secundario de las novelas de los años treinta, pitaba por impulsos. Irreal todo, el propio juego, hecho a trompicones, sobre todo desde que se fue Iniesta, que es el metro iridiado del fútbol para un equipo y para otro. El gran Andrés pone en orden a los suyos y a los contrarios. Se va y se desata la nada.

Irreal todo menos el resultado; el Barcelona no ganaba en Anoeta desde que las ranas criaban pelo, y ahora gana y desde la grada azulgrana los exquisitos de turno le reprochan no ser el Barça. Claro, es que no era el Barça. Era un equipo que se vistió de azulgrana con el propósito de jugar un partido de Copa. No era el Barça; acaso por eso ganó en un campo que se le daba tan mal.