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La piel fina

Nada se escapa a la enorme magnitud del Real Madrid, y mucho menos el efecto instantáneo de los resultados. Las crisis se desatan con velocidades huracanadas, en ocasiones después de grandes periodos de bonanza. Nadie espera a nadie en un club casi imposible de sujetar. Los extremos se tocan, aunque la realidad diga lo contrario. Es el caso actual. Dos derrotas después de 40 partidos invicto han empujado al desconcierto, sin considerar que lo anormal es mantenerse casi un año sin heridas.

El Madrid jugó francamente bien en Sevilla y no jugó mal contra el Celta. Le faltó el punto de energía y de urgencia que generalmente le caracteriza, no logró desarmar el sistema defensivo de su excelente rival y sintió el golpazo del segundo tanto del Celta, bastante parecido al que significó la victoria del Sevilla en la Liga.

Allí Benzema perdió la pelota por fatiga y distracción, en medio del cansancio y la desatención general, incluido Keylor Navas. Frente al Celta, el Real Madrid remó para empatar el encuentro, pero concedió inmediatamente el segundo gol, precedido por un error de Lucas Vázquez y el despiste general. Volvió a asomar el cansancio físico y mental, esta vez para quedarse. Lejos de acorralar al Celta, el Madrid se disipó poco a poco, hasta terminar encerrado en su campo en los últimos minutos.

Sucedió lo que no ocurrió en la temporada anterior, donde el club vivió como un oprobio la eliminación administrativa en la primera ronda de la Copa del Rey. Sin embargo, la alineación indebida de Cheryshev frente al Cádiz generó un paisaje novedoso para el Real Madrid. Mientras el Barça y el Atlético de Madrid, sus principales adversarios en España y en la Liga de Campeones, se desgastaban en el enero saturado de partidos, el Madrid jugaba cada siete días, dirigidos por Zidane, sustituto de Rafa Benítez, víctima directa del caso Cheryshev, entre otras varias causas. Ese Madrid descansado terminó como un avión: ganó en el Camp Nou y conquistó la Copa de Europa.

El bíblico Real Madrid de los 40 partidos invicto se ha asomado a enero con mucho más trabajo. Disputó la Supercopa de Europa con el Sevilla, participó en el Mundial de Clubes en Japón y se ha enfrentado a un mes con ocho partidos en 23 días, entre ellos tres con el Sevilla, dos con el Celta y uno con la Real Sociedad. No son partidos cualquiera, menos aún con rivales tan exigentes en el plano físico como el Sevilla y el Celta, equipos aventureros, peleadores, de ida y vuelta.

En muchos aspectos, el denso enero del fútbol español es más infernal para los grandes equipos que las famosas dos semanas navideñas del fútbol inglés. El Madrid lo está comprobando. No sólo se acumula la fatiga, sino las lesiones. Todo esto antes de regresar a la Copa de Europa. Es un precio lógico que se añade a los problemas futbolísticos que aparecen en todos los equipos. En el Real Madrid, también. Danilo no funcionó, Cristiano tuvo una actuación marginal y los centrocampistas no lograron encadenar jugadas. De ahí a vivirlo como un funeral hay una distancia astronómica.

Lo más sorprendente fueron las razones que esgrimieron Zidane y los jugadores después del partido. Se refirieron abiertamente al impacto que les provocó la derrota en Sevilla. Lo definieron como una especie de estupor inconcebible, de consecuencias inevitables en el duelo con el Celta. No había razones para una reacción tan desproporcionada. El Madrid perdió en Sevilla frente a un gran rival. De ese material está construido el fútbol, incluso para los equipos que no pierden durante casi un año. Lo problemático es mostrar una piel tan fina ante una derrota.