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El entrenador ninguneado

Reinado Rueda. Mientras la FIFA duerme y apaga la luz y la tele, América disfruta de un equipo que gana y juega de maravilla, necesariamente consecuencia de la mano de un entrenador. De unos deliciosos jugadores, tanto los del primer semestre como los del segundo (cuando el plantel se vio obligado a refundarse), pero sobre todo de un técnico. Se llama Reinaldo Rueda y no figura entre los diez mejores del año para quien se supone que vigila el fútbol de todo el planeta. Hay orden táctico tras su trabajo, poder de convicción, buen gusto y fuego de ataque. Hay victorias en ese Atlético Nacional de Medellín suyo, una hegemonía histórica sólo truncada por el gesto de los gestos, la conmovedora cesión al Chapecoense del título de la Sudamericana. Estaba en la temporada de su vida, líder en su Liga y a las puertas de un hito histórico (ganar los dos grandes torneos de Sudamérica el mismo año), pero la generosidad de su corazón le truncó sus inmensos méritos deportivos. Da igual, su obra y su fútbol permanecerá en la memoria. Y en unos días el Madrid se lo encontrará en el Mundial de Clubes. Y entonces quizás, la FIFA sí abra los ojos.

Renato Favero. Dicen que la discreción es una virtud esencial en el oficio de ojeador. Que a un cazatalentos le conviene pasar más bien inadvertido. Pero Renato Favero, el hombre que presume de haber sido el primero en ofrecer a Messi al fútbol europeo (aunque los italianos del Genoa no le hicieran caso), sostiene que es mejor que le vean. Por eso se pasea por los campos de Chile enfundado en un uniforme del Atlético, bien visible el escudo, reparte pins de la causa y trata de llamar la atención de las televisiones. Por si no se habían percatado, estoy aquí tratando de descubrir nuevas joyas, casi grita. El pasado lunes se dejó ver, o más bien se subió al escaparate, en el Palestino-Unión Española, que, las cosas como son, tiene mucho que ver en cualquiera de los dos bandos. En el banquillo y en la cancha. Galdames, por ejemplo. Favero no dio pistas de a quién sigue, sólo de lo que busca: “Jugadores con carácter y ganas de pelear, características diferentes a las que buscan el Madrid y otros. No siempre se busca al jugador más técnico”. Y hasta firma autográfos.

Villa. Como es Estados Unidos, es obligatorio asumir que el reconocimiento está sujeto en buenos números. Una cuota poderosa de goles (23) y un racimo de asistencias (4). También un aura de popularidad que le concede necesariamente su currículum, que incluye entre otras cosas un título del mundo. Pero en la corona que le han colgado a Villa, jugador más valioso de la temporada, hay también mucho de sensibilidad. Una emoción generada día a día contra los prejuicios de su cédula de identidad (35 años); la calidad, que es mucha, incluso por debajo de su desmedido entusiasmo. Villa ha disfrutado en Nueva York tanto como ha hecho disfrutar. Se ha dejado el fútbol y la vida en cada pelota, ha querido siempre más y más, y el paladar de aquellas tierras se ha rendido ante sus botines. El mejor jugador de Norteamérica.