Argentina, de chico a grande


Por Jorge Ducci

Nadie quedó indiferente a la hazaña de Argentina. Las lágrimas de Juan Martín del Potro, la incredulidad de Federico Delbonis y la euforia de los hinchas que transformaron el Arena Zagreb en algo parecido al estadio La Bombonera, el mítico escenario donde es local Boca Juniors, fueron las postales de una final que tuvo un desarrollo de infarto desde el primer punto.

Ni el más optimista pudo pensar a principio de 2016 que este sería el año en que Argentina terminaría con la maldición de Copa Davis, después de cuatro finales perdidas. Con un Del Potro que seguía la larga lucha contra las lesiones y una generación que no sobresale mayormente, las proyecciones eran modestas. Peor aún, si miraban el cuadro, probablemente les tocaría siempre como visitantes, lo que finalmente sucedió. Escenario más adverso, imposible.

Pero revivió Del Potro. En su mejor versión. Y encontró el complemento perfecto en Delbonis, Leo Mayer y Guido Pella, cuando se creía que era necesario tener al lado a un jugador de la estatura de Guillermo Vilas, José Luis Clerc, David Nalbandian, Gastón Gaudio o Guillermo Coria para poder dar la pelea.

Argentina ganó como un equipo. Quedó de manifiesto no sólo en la final, sino con el aporte de otros jugadores en las series anteriores como Charly Berlocq, Renzo Olivo y Pico Mónaco, quienes ayudaron a derribar a Polonia, Italia y Gran Bretaña. Nadie cuestiona que sin Del Potro esto no hubiera sido posible, pero tampoco tendrían la Ensaladera de Plata sin la victoria de Mayer sobre Evans en el quinto punto de las semifinales en Glasgow, o la paliza de Delbonis a un tembloroso Ivo Karlovic.

Mucho se hablará de la garra argentina, del corazón que pusieron ante la adversidad y de la inédita fiesta que los fanáticos animaron en las tribunas junto con un Maradona desencajado, como el barra-brava más apasionado. Todo eso vale y aporta mucho, pero no fue ese el motivo por que ganaron: lograron el triunfo sobre la base de una planificación perfecta de la serie.

Puede que a Karlovic se la haya acortado el brazo en el quinto punto y perdiera la regularidad de un servicio que es de los más letales del circuito. Pero en eso ayudó mucho Delbonis, con devoluciones dolorosas, desnudando los puntos débiles del gigante de 2,11 metros y variando su servicio para impedir que su rival le encontrara la vuelta.

A primera hora, Del Potro había terminado llorando tras dar vuelta una desventaja de dos sets a cero ante Cilic. Cuando parecía que no le quedaban piernas. Pero el tandilense no se vino abajo. Comenzó desde cero a trabajar los puntos, esperando el bajón en el nivel del número seis del mundo, y siendo agresivo en los puntos decisivos.

Mención de honor también para el capitán Daniel Orsanic a quien querían linchar hace dos meses en la serie ante Gran Bretaña cuando a dejó fuera a Del Potro porque no le daba el físico para jugar el punto decisivo. Finalmente,sus decisiones quedaron avaladas por los resultados.

No hay demasiado misterio en esto. Como en el fútbol, o en la mayoría de los deportes, los argentinos no están acostumbrados a jugar de chico a grande, acomodando sus piezas de acuerdo al rival buscando distintas virtudes según las circunstancias. Lo hicieron así cuatro veces este año. Y fue así, cuando nadie se lo esperaba, que pusieron fin a la maldición de la Copa Davis.

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