Tan genial como excesivo
Muy simpático, campechano… e imprevisible. Así fue Perico Fernández, un boxeador que podría haber sido campeón del mundo en varios pesos si hubiese conseguido ordenar su vida. Tenía una pegada tremenda, un croché de izquierda muy duro con el que sentaba a los rivales. Y esquivaba bien. A veces se daba un aire a Fred Galiana cuando boxeaba con la guardia baja. Pero como en la vida, dentro del ring también era impredecible. Alternaba combatazos con pifias. Podía ganar al mejor y mostrarse indolente ante el peor. No se cuidó nunca. Ni, desgraciadamente, dejó que le cuidaran. Siempre le insistí en que ahorrara, pero según entraba el dinero se lo acababa gastando en cosas increíbles. En vez de pensar en solucionar su vida, siempre creyó que se la debían solucionar los demás.
En una España con los referentes de pioneros como Manuel Santana o Ángel Nieto, Perico se hizo popularísimo. Pocos tenían su carisma. A los que estábamos en su equipo nos hacía disfrutar mucho, pero también sufrir a partes iguales por su alergia a los entrenamientos. Recuerdo un combate en la Plaza de Toros de Bilbao contra Manuel Lira en el que el juez descalificó a los dos a falta de 15 segundos: se fue a por el árbitro y le noqueó. ¡Pasamos la noche en comisaría! Y una velada en Santander a la que llegó pasado de peso: fui a buscarle para que se pusiera a correr, no le encontraba ¡y se había marchado a buscar caracoles! Al final de su carrera, cuando iba a boxear, le tenía que recluir en mi casa de Madrid. Fue genial y excesivo.
Enrique Soria fue mánager de Fernández siete años.