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Patadas que duelen como una goleada

El Leganés abandonó el Bernabéu herido, con una cornada de dos trayectorias. La primera apuntaba al electrónico de Concha Espina. La segunda, al tobillo destrozado de Omar. La entrada de Marcelo, ésa con la que se cobró venganza por una tarascada recibida un minuto y medio antes, hizo tanto daño o más que el 3-0. Con ella se lesionó no sólo la articulación del canario (apenas un esguince, poco para lo que pudo haber sido), sino el orgullo de un equipo y, por extensión, el de toda una ciudad.

Camino a casa, nadie en el bus pepinero entendía por qué Mateu Lahoz no se atrevió a sacar amarilla al defensa galáctico y sí a su víctima cuando, en la jugada anterior, Omar se había llevado por delante al brasileño. Bueno… en verdad la expedición sí intuía el por qué: los árbitros en Primera no tratan igual a unos y que a otros. No es la primera vez que al Leganés le sucede algo similar. Ante el Sevilla, por ejemplo, el ‘Mudo’ Vázquez se libró de una expulsión de ésas que se enseñan en la escuela de árbitros. Contra el Valencia, Nani empató después de que Rodrigo se llevase por delante a Serantes.

El vestuario de Butarque tiene el pálpito de que, en caso de haber sido al revés, el reglamento se habría aplicado de forma diferente. La conclusión desespera. Se siente como una falta de respeto que atropella el duro esfuerzo que ha costado a los blanquiazules colarse en el Olimpo. Más si cabe cuando se produce en un escenario solemne como el Bernabéu y después de una actuación más que digna. Aunque cueste creerlo, en el fútbol hay patadas que duelen tanto como una goleada.