La dignidad de Pep

Perder y ganar. Pep perdió con la dignidad de un caballero en el partido de Barcelona, donde un Barça pletórico, conducido por Messi, acabó con las defensas diezmadas del equipo que en ese momento tenía a Bravo bajo los palos. El chileno abandonó la lucha anoche, reglamentariamente, y al Barça eso le trajo esperanza de vida. Para nada. Anoche Ter Stegen hizo de Bravo en el Barça y Caballero hizo de cancerbero inmejorable, como Bravo antes de su descenso a los infiernos del Camp Nou. En Barcelona a Pep Guardiola no se le pudo reprochar una ceja alta, ni un mal gesto. Y en esta sucesión de desgracias barcelonistas de anoche se portó como quien es: un hombre respetuoso perdiendo y ganando, celebrando en silencio lo que se puede digerir y también lo que no entra en el gaznate.

Ganar y perder. De la misma manera aceptó en Barcelona la victoria y en Manchester la derrota el mucho más enfático Luis Enrique. Se respetan los dos entrenadores de tal manera que ni el primer saludo ni el saludo de la despedida, en los que me fijo mucho, desmerecieron de esa sensación de respeto mutuo que se inspiran. Y la derrota de anoche no fue sólo una humillación para el asturiano, sino una justísima humillación. El Barça se rindió como si se hubiera dejado la fuerza donde reposa Piqué.

La debacle. No hubo una línea que se salvara desde que el Barça empezó la cuesta abajo, diez minutos antes de que acabara la primera parte. El 0-1 parecía un colchón mullido y después fue sólo somier. Sergi Roberto (al que mi amigo Rocco, desde Perugia, señalaba como el coladero del equipo) parecía otro, perdedor de jugadas, ignorante del espacio que debía ocupar en el campo; la media volante, aquella media volante que era otra con Iniesta en el campo, jugó a estar fuera de la cancha, y la delantera que en el Camp Nou parecía una locomotora se fue desinflando hasta convertirse en un tren de cercanías. Como si el Barça de pronto padeciera un súbito colesterol (eso me decía el amigo italiano), dejó de estar en el campo y fue una sombra de sí mismo; a la palidez contribuyó el portero, que volvió a ser el Ter Stegen de las malas ocasiones.

Sombra. El Barça es en este momento una sombra jugando al fútbol, como un boxeador sonado que perdió la ilusión de ganar porque también perdió la ilusión de competir. Como si se le hubiera atragantado la lección de calidad que ha sido su seña a lo largo de los años recientes, que no de los recientes partidos. A veces vi en el banquillo a Guardiola apesadumbrado, como si estuviera asistiendo al inesperado funeral de la calidad del equipo que ayudó a construir. Es imposible que un futbolero de la calidad de Pep no resienta este derrumbamiento. Ver a Messi desbordado por los nervios, a Luis Suárez (esto es de Carlos, mi sobrino, que lo vio conmigo) calzándose todo el peso de la Bota de Oro (una bota de oro en una pierna y otra de plomo en la otra) y fallando hasta en la respiración, a Busquets luchando contra sí mismo, al buen Umtiti desbordado con la lengua fuera porque la velocidad supersónica de los contrarios auguraba lo peor…. Y ver a Agüero haciendo verdad lo que parecía mentira, que era como Messi según Pep, y a Silva multiplicando su parecido con Iniesta… Era mucho para Guardiola y para cualquier aficionado del Barça. Por eso me dio la impresión de que, cuando abandonaba el campo del eufórico City el exentrenador azulgrana abrazó a Luis Enrique y se fue meditando como si, en efecto, también hubiera perdido su equipo.