Imprudencia temeraria
Porca miseria. Si no llega a ser por la famosa tanda de penaltis de Viena en la Euro de 2008, con Casillas y Cesc disfrazados de héroes, tendríamos a estas alturas un serio trauma con los italianos. Ellos juegan con un guión tan previsible como desesperante. Les puedes estar bailando 45 minutos con un fútbol digno de la Academia del Arte, pero sabes que al final van a sacar un pozo de petróleo en el primer charquito que encuentren en su camino. España enamora con la pelota, pero Italia te la quita en un segundo de despiste y te hace un roto sin saber cómo ha sido. O mejor dicho, sí lo sabemos. Sergio Ramos cometió una imprudencia temeraria. Yo no tengo claro que el derribo a Eder sea como para pitar un máximo castigo, pero en parte se lo buscó el capitán por lanzarse al ruedo en una acción de ‘alto riesgo’. Si juegas con fuego, te quemas. Buffon nos había regalado el 0-1 haciendo un Ter Stegen (¡pero sin tocar la bola!), pero en vez de agradecerlo rematando un triunfo que hubiese tenido un efecto demoledor en los rivales de todo el continente, les regalamos la posibilidad de soñar cuando estaban sumidos en plena pesadilla. Cierto que el añorado Puyol se mojó en su cuenta de Twitter (@Carles5Puyol): “Penalti o no? Yo digo no”. Pues sinceramente, si la jugada llega a ser en el área transalpina yo hubiese protestado. Al final lo pitó el linier. Da igual. No nos metamos con el árbitro Felix Brych, porque se tiró el rollo perdonando la roja a Diego Costa. La vio todo Turín menos él. No busquemos excusas por ese lado...
Siete repetían... En el once inicial de Lopetegui repetían siete de la triste eliminación de París del pasado 27 de junio: De Gea, Piqué, Ramos, Alba, Busquets, Silva e Iniesta. Han caído de aquel equipo Juanfran, Cesc, Nolito y Morata, aunque estos dos últimos sí estaban anoche en el banquillo del Juventus Stadium. Los que entraron fueron Carvajal, Koke, Vitolo y Diego Costa. A ellos se uniría luego Nacho, excepcional, por el lesionado Alba. Aunque repitiese casi el 70% del equipo de aquel doloroso adiós de la Eurocopa, el cambio constatado en Turín fue radical. Un fútbol dominante, convincente, ágil, clarividente. Se escuchaban olés en las gradas de la colonia española. Puro orgullo patrio. Durante una hora asistimos a una versión modernizada del equipo que hace seis años conquistó el Mundo. El sello de Lopetegui quedaba patente. Ya no es el equipo afligido, abúlico y arrítmico que nos llevó a una frustración colectiva en los campos de Brasil (2014) y de Francia (2016). Todo ello tuvo el premio del gol-obsequio de Vitolo, que reflejaba la soberbia propuesta del banquillo. El canario, enorme, tuvo el 0-2. Lástima que ahí no tengamos un killer. Diego Costa no lo es porque se empeña en extraviarse con sus peleas absurdas contra los rivales y contra el sentido común (¿alguien me explica ese pelotazo dirigido a la Torre de Pisa con una tarjeta ya en su mochila?). Y Morata, pese a jugar en casa, tampoco aprovechó los 25 minutos de que dispuso. Sin gol, no hay Paraíso...
El himno. Sé que soy muy pesado con este asunto puramente emocional. Pero hay que ver cómo cantaron los italianos su himno. Acabaron dándose empujones y destrozando sus gargantas en los últimos acordes. Nosotros hacemos tiqui-taca con el nuestro. Directamente, ni lo tarareamos. Ojalá que el domingo, ante la evolucionada Albania, veamos una España firme y sin fisuras. Tranquilos. El camino es el correcto...