El espectáculo es el público
Ézaro hervía el pasado lunes de público; La Camperona lo hacía ayer. ¿Cuántas personas podía haber en los tres kilómetros de ascensión? ¿Diez mil? ¿Quince mil? ¿Veinte mil? ¿Más quizá? Poniendo a cuatro personas por cada metro, que las había, a ambos lados de la subida, salen veinticuatro mil. Que se pueda subir por un pasillo formado por miles de aficionados tan incondicionales y apasionados como respetuosos debe ser el sueño de todo ciclista. En esas condiciones, uno muere sobre la bicicleta. Eso debería suceder ante semejante espectáculo de público enardecido. Pero estos ciclistas de ahora son muy profesionales y calculadores. Esperan al final, pero que muy al final, cuando los escapados ya han llegado, para arañar unos segundos.
El ataque de Quintana fue de kilómetro y poco. No duró ni cinco minutos de los doce que tardó en ascender La Camperona. Los seis segundos que perdió en Ézaro con respecto a Valverde, Froome y Chaves, los compensó con 33 sobre los dos primeros (siempre entran juntos), y 57 con Chaves. A Contador le volvió a alejar: 22 segundos en Ézaro y 25 ayer. Pero Contador está vivo. No es por lo que perdió en la crono por equipos, y está cuarto. La prueba son las diferencias que han dejado las terribles rampas de Ézaro y La Camperona: Valverde y Froome, a 27 segundos de Quintana; Contador, a 47; Chaves, a 51. Hoy y mañana, más montaña. Si los buenos se deciden a quitar el protagonismo al público, serán dos etapones; de lo contrario, a esperar qué pasa en los últimos cinco minutos