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Paralímpicos bajo sospecha

El Comité Paralímpico Internacional y el Tribunal de Arbitraje Deportivo han llegado más lejos que el COI, y prohiben a Rusia que participe en los Juegos Paralímpicos de Río (7-18 de septiembre). Esta vez no será sólo el atletismo, la halterofilia o la lucha. El veto es para todo el deporte paralímpico ruso por su “presumible incapacidad para cumplir con el código antidopaje”. La pregunta surge de inmediato: Pero, ¡cómo! ¿Los paralímpicos se dopan? Por supuesto. En una proporción parecida a la de los olímpicos. Están sometidos igualmente a controles por sorpresa, y en España pasan, porcentualmente, incluso más controles que, por ejemplo, el ciclismo o el atletismo, según el último anuario de Estadísticas Deportivas.

Este anuario revela que el 1,7% de los ciegos, sordos y discapacitados físicos que practican deporte de competición pasan controles. Sólo les superan la halterofilia (2,9%), el pentatlón (2,4%), el esquí náutico (2%) y el piragüismo (2%). Los paralímpicos, no por el hecho de serlos, están exentos de recurrir a sustancias que aumenten su rendimiento. Hay una minoría que incumple las normas con tal de ganar una medalla, y en España existe un celo especial para impedir que haya tramposos desde que en los Juegos Paralímpicos de Sydney 2000 se descubrió que diez de los doce componentes del equipo de baloncesto de discapacitados intelectuales no padecía ningún tipo de minusvalía. Fue un baldón que sólo se puede borrar con un expediente inmaculado.