Medallas que saben a gloria bendita
Emocionaba ver a Ruth Beitia sobre el podio, porque se rompía de alegría. Era una medalla que no se podía creer. Ni ella, ni nadie hace cuatro años, cuando después de ser cuarta en los Juegos de Londres decidió dejar el atletismo. Con 33 años, ya a poco más podía aspirar. Y ahora se veía con esa medalla de oro al cuello, que no paraba de estrujar y de besar. Como si se tratara de un sueño al que pondría fin en cuanto dejara de apretarla. Fue a Río para intentar ser medalla, y se encontraba nada menos que con la de oro.
Hay también medallas que saben a gloria aunque no sean de oro. Como el bronce de la Generación de Oro de nuestro baloncesto. Alguien dijo que mejor perder con EE UU en la semifinal, porque Gasol, Navarro, Reyes o Calderón así tendrían la oportunidad de afrontar su despedida olímpica en un partido con sabor a final auténtica. Sólo cabía la victoria para subir al podio. Un partido de los de verdad, que nada hubiera tenido que ver con el de una final frente a los americanos, en el que ya se prevé el resultado.
Vencieron, y ahora tenemos quince deportistas con tres o más medallas olímpicas. Lo que antes era un hecho excepcional, y motivo de admiración hacia atletas de otros países, comienza a ser algo habitual en nuestro deporte. ¡Buena señal! Como ganar medallas en los tres deportes fundamentales de los Juegos: atletismo, natación y gimnasia. Las de rítmica consiguieron la plata, y dieron paso a que Coloma igualara en el mountain bike las 17 de Londres. Faltaba la que siempre llega por sorpresa, y fue ésta. ¡Benditas medallas!