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Canteranos o académicos

La metáfora “la cantera” para referirse a un origen viene de muy antiguo.

El significado primigenio (lugar del que se extraen los cantos o piedras) se amplió pronto con un sentido figurado que ya recogía el primer diccionario de la Real Academia (1729) con esta definición:

“Metaphoricamente vale fondo, manantial, raíz y fundamento en lo que mira a las cosas del ánimo y sus operaciones: y así, del que tiene buen ingenio, y que se conoce podrá ser útil y provechoso para algunas cosas, se dice que tiene buena cantera”.

Pero hasta 1984 no se llegó a pulir en la obra académica lo que ahora entendemos por “cantera” en los diarios deportivos: “Lugar, institución, etc., que proporciona abundantes personas con una capacidad específica para una determinada actividad”. El Diccionario añade dos ejemplos: “El equipo solo ficha jugadores de la cantera” y “Esta facultad ha sido siempre una buena cantera de investigadores”.

Quizás el recuerdo de la piedra y de los picapedreros hace que con “la cantera” evoquemos el rudo esfuerzo físico; y por eso ha aparecido en los últimos tiempos un sinónimo más elegante: “la academia”. Así, leemos que “la academia del Atlético está muy bien representada en la pretemporada” o que “el Real Madrid crea academias de fútbol por el mundo”.

El club merengue utiliza además un equivalente propio: “La Fábrica”, alterando el sentido que Di Stéfano dio a esa palabra cuando iba a entrenarse al Bernabéu. Es decir, cuando decía que se marchaba a “la fábrica” como tantos humildes operarios de la época.

El vocablo “academia” disfruta de un mayor prestigio frente a los otros dos, más arrimados a lo proletario que a lo intelectual. La “academia” se asocia a profesores y libros, mientras que “la cantera” y “la fábrica” evocan la fuerza y el acero.

Pero ese truco de vestir a la cantera de seda se puede venir abajo con estrépito, ay, por un simple detalle. Hallo en Internet el vídeo de una de las “academias” del Madrid por el mundo. Tras las imágenes de algunos canteranos (o académicos), un rótulo final quiere decir: “Sé parte del sueño”. Quiere decir… pero no dice. Al imperativo del verbo “ser” (“sé”) le falta la tilde, y así se altera el sentido de lo escrito: “Se parte del sueño”.

Sí: “se parte del sueño”… si se durmió mal.

Mal asunto que una academia sea cantera de faltas de ortografía.