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Calle de la Santa Felicidad

Ayer pasé con el taxi cerca de la calle de Santa Felicidad, en el distrito de Ciudad Lineal. Me maravilló el nombre y lo vi como un guiño del azar que me recordaba el actual sentir del Madrid de Zidane. Un equipo en el que se matricularon en Trondheim, como en los buenos tiempos, los ESPAÑOLES. La globalidad nos había llevado a un terreno en el que esta situación parecía utópica. Recuerdo el Clásico de la temporada pasada en el Bernabéu. Un Madrid-Barça ante 600 millones de telespectadores. Benítez, en su once inicial, sólo alineó un español (Ramos) y cero canteranos. Resultado final: ¡0-4! Ya sé que en Noruega había muchas bajas ilustres y que los Cristiano, Kroos, Pepe y Bale jugarán seguro cuando estén en forma. Se lo merecen. Son buenísimos.

Pero es sano que chavales como Carvajal, Asensio y Lucas Vázquez se ganen con su esfuerzo y calidad un hueco en el star system. Me voy a detener en el extremo gallego. Ya tiene 25 años (tuvo que emigrar al Espanyol para mostrar su valía), pero en cada partido se gana el respeto y el cariño de la afición. Recuerden con qué serenidad se acercó a tirar el primer penalti de Milán. Y los números revelan que en el estadio Lerkendal fue el vikingo que más corrió, incluso por encima de Casemiro. Y a Ramos, en la jugada clave de la final, le asistió con una calidad digna de Modric o Bale. Luquitas es la prueba de que la españolización y canterización del Madrid de Zidane son dos benditas realidades. Un grupo con identidad es mucho más fuerte. Y más ganador...