Biles contra la física
Los Juegos Olímpicos tienen la propiedad de convertir en celebridades a atletas que son estrellas en sus disciplinas, pero que generalmente no figuran en el radar de la atención pública. En un mundo orientado a los grandes deportes profesionales y a los ídolos mediáticos, casi siempre masculinos, no es fácil señalar a una gimnasta como una sensación de magnitud mundial. Este tipo de despegue se produce en los Juegos, y poco más. Es el caso de Simone Biles, la diminuta y genial gimnasta estadounidense que está a punto de ingresar en el mítico territorio de Vera Caslavska o Nadia Comaneci. Todas ellas rebasaron los márgenes de la gimnasia para convertirse en las deportistas más famosas de sus respectivas épocas.
Biles, de 19 años, es un portento bien conocido en el mundo de la gimnasia, donde sus excepcionales condiciones y su fiabilidad competitiva han merecido las comparaciones con las mejores de la historia. Algunos especialistas consideran que es la mejor de todos los tiempos, con toda la subjetividad que eso significa. En cualquier caso, su fama como gimnasta está más que acreditada con unos resultados apabullantes. Biles ha ganado cuatro Mundiales consecutivos y desde el comienzo de los Juegos ha maravillado al mundo con su destreza.
Con apenas 1,46 de altura, Biles es un producto de una escuela que no emergió hasta los años 80, de la mano de Bela y Marta Karolyi, dos rumanos de la minoría húngara que se exilaron en Estados Unidos en 1981. Su reputación les precedía. Los Karolyi habían descubierto y dirigido a la niña rumana que cautivó al mundo en los Juegos de Montreal 76. Desde que la descubrieron en la ciudad de Onesti, los éxitos de Nadia Comaneci estuvieron unidos a los Karolyi.
Cuando pidieron asilo político en Estados Unidos, la noticia tuvo una repercusión de largo alcance. En plena Guerra Fría, la huida de dos personajes tan conocidos en el mundo del deporte animaba a la propaganda política, pero en el caso del matrimonio Karolyi significaba la oportunidad de reclutar a dos extraordinarios maestros en el arte de la gimnasia. Tres años después, Bela Karolyi dirigía al equipo de Estados Unidos en los Juegos de Los Ángeles, donde nació un mito americano: Mary Lou Retton, la primera gimnasta estadounidense ganadora del concurso individual. Que lo hiciera con una rodilla maltrecha ayudó a alimentar su leyenda.
Estados Unidos apenas había contado en el concierto internacional de la gimnasia. Era cosa de la Europa comunista, con la añadidura de Japón en la categoría masculina. Han pasado 32 años desde los Juegos de Los Ángeles y la gimnasia a su más alto nivel se ha globalizado. Las estadounidenses, un equipo integrado por dos gimnastas negras y una de origen mejicano, dominaron ayer el concurso de equipos con una facilidad impensable hasta hace poco. Las audiencias de la NBC alcanzan niveles sorprendentes con sus fenomenales atletas y particularmente con Biles, una texana —nació en Ohio pero vive con sus abuelos en Houston desde los tres años— que desafía las convenciones de la física con unos ejercicios llenos de potencia, creatividad y eficacia. Dice que tenía el don de las elegidas desde la más tierna infancia. Por si acaso, conviene no olvidar que a su lado está Marta Karolyi.