Tan cruel como Tiflis
Otra vez. Con todo en contra, remando desde muy pronto con el marcador en contra, no renunciando al estilo ni con el marcador a favor y cuando ya se acariciaba con las manos la Supercopa. Así podía comenzar el relato de la final de hace un año ante el Barcelona en Tiflis, pero se repite con la de este año en Noruega. El Sevilla no fue peor que el Real Madrid y sufrió la doble crueldad de un gol en el descuento de la segunda parte y otro cuando la prórroga tocaba a su fin. Un dolor inconsolable, como demuestra el llanto de Konoplyanka, señalado en el definitivo gol de Carvajal.
Estilo. Se prometía un cambio de rumbo en el Sevilla y se vio por momentos, pero se echó de menos la picardía y la lectura de partido de la anterior época. También llama la atención que un equipo plagado de argentinos, desde la defensa hasta el banquillo, se deje marcar el gol que se dejó al final del partido. De un córner a favor a ver cómo se escapaba un título que ya se levantaba. El estilo es innegociable y la idea, a la que se le ven cosas positivas, debe evolucionar. Y no olvidar que toque y ‘tackle’ son dos palabras aceptadas en el diccionario futbolero y que se pueden usar por igual.
Orgullo. La desazón por la derrota no debe reducir ni una micra el orgullo que los sevillistas deben tener por muchos de sus jugadores. Desde un Sergio Rico que mantuvo con vida al equipo hasta el final, hasta un Vitolo que acabó de lateral izquierdo, que hace lo que se le pide y que da la cara siempre. Descomunal Pareja prácticamente sin poder tenerse en pie, Franco Vázquez desfondándose, Nzonzi haciéndose colosal en el centro del campo, Mariano sin parar de correr...
Once. En el primer partido oficial del curso no es que nadie acertara el once de Sampaoli, es que hasta que comenzó el partido nadie supo colocarlo sobre el césped. Kranevitter, Konoplyanka y Sarabia, fijos en la pretemporada, en el banquillo. Kiyotake, con 40 minutos tras haber estado lesionado casi un mes, titular. Habrá que acostumbrarse a que Sampaoli se puede sacar de la chistera cualquier cosa. Como anoche.
Dedicatoria. Quería el Sevilla brindarle el título a Coke y quizás por ello duele más aún. Iborra, uno de sus íntimos, era el elegido para levantar una copa que el lateral del Schalke merecía más que nadie. Hasta los que no lo conocieron sabían que este título significaba algo más para un vestuario que necesitaba este respaldo tras un verano tan extraño en Nervión.
Grandeza. El cabreo del sevillista viene tanto por la forma de la derrota como por el fondo. Ya lo ha avisado Monchi más de una vez, lo normal es que el Sevilla no dispute este tipo de títulos y ha sido el primero de la historia en hacerlo tres veces seguidas. También el primero en perderlas, pero para hacerlo hay que estar ahí. Si alguien se quiere agarrar a la superstición, las derrotas en los dos últimos meses de agosto acabaron con títulos levantados en mayo.
Resurrección. Y ahora, una Supercopa de España ante todo un Barcelona, a doble partido y con el esfuerzo de la noche de Trondheim grabado a fuego en las piernas. Es la grandeza de un Sevilla que se ha colado con descaro en las fiestas de los mayores y no hay quién lo eche. El dolor tarde o temprano debería dar paso al orgullo y a la esperanza en un nuevo Sevilla. El sevillismo tiene hasta el domingo para apretar los dientes.