SANTIAGO SEGUROLA
El Bolt de la braza
Adam Peaty logró el primer récord mundial en Río. Fue en los 100 braza (57.55). Superó al segundo, el japonés Takeshi, por 1.36.
El primer récord del mundo en los Juegos de Río ha sido una marca de época, de las que definen el talento de los elegidos en el deporte. El inglés Adam Peaty, un pelirrojo de cara angelical y un tremendo nervio competitivo, tomó al asalto la ronda inicial de los 100 metros braza. No reparó en gastos, ni guardó energías. Decidió enviar el mensaje que la natación espera de él desde hace tres años: logró una marca colosal (57.55 segundos) y dejó al resto de sus adversarios tan lejos que cualquiera podría pensar que el oro tiene dueño.
Peaty es un nadador especial, adiestrado en la prestigiosa escuela de bracistas británicos. En las piscinas también es importante la tradición. El Reino Unido ha producido muy buenos nadadores, especialmente en los últimos 15 años, pero su impacto sólo ha sido relevante en la braza. Peaty procede del linaje que instauró el escocés David Wilkie, ganador de los 200 braza en los Juegos de Montreal 76. Sus batallas con el estadounidense John Hencken fueron legendarias.
Le sucedió Duncan Goodhew, uno de los primeros nadadores que se afeitó totalmente la cabeza. En los Juegos de Moscú 80, ganó el oro en los 100 braza. Ocho años después, en los Juegos de Seúl, Adrian Moorhouse se impuso en los 100 metros. Durante varios años encontró la oposición del español Sergio López, actualmente uno de los grandes gurús de la natación mundial. No volvieron las victorias olímpicas, pero siempre aparecieron destacados bracistas británicos, casi todos destinados a ocupar un puesto en el podio olímpico. Nick Gillingham destacó en la década de los 90. Michael Jamieson alcanzó la plata en Londres 2012, en una de las noches más excitantes que ha vivido la piscina diseñada por la recientemente fallecida Zaha Hadid.
En ningún otra prueba han dejado un reguero similar de grandes campeones. En términos estrictos, las tres grandes escuelas de braza son Japón, Hungría y el Reino Unido. Podrán atravesar por ciclos deficientes en las otras especialidades, pero siempre dispondrán de excelentes bracistas. A nadie extrañó que el japonés Takeshi obtuviera el segundo mejor tiempo (58.91), un registro extraordinario que le sitúa como el noveno mejor especialista de todos los tiempos. El estupor se relacionó con la distancia abismal en la marca, un segundo y 36 centésimas, una brecha impensable en un mundo tan igualado y competitivo como el de las pruebas cortas.
La diferencia se debe en gran parte al singular talento de Peaty. Es uno de esos fenómenos que rompe barreras y se adelanta a su tiempo. Los aficionados británicos no pueden evitar su amargura por una simple cuestión de fechas. En los Juegos de Londres se esperaba una actuación estelar de los nadadores británicos. Lograron unas pocas medallas, sin ningún oro. Un año después emergió Adam Peaty, con 17 años y unas marcas de impresión. Es la guinda que faltó en Londres.
Peaty es un velocista. Sus intentos en los 200 metros braza no han sido especialmente optimistas. Le falta resistencia, la que le sobra a varios de sus compatriotas como Andrew Willis, Craig Benson y Ross Murdoch. Todos participan en los Juegos de Río. Son magníficos. Les falta la chispa de velocista que Adam Peaty demuestra una y otra vez. Dirigido por la joven Mel Marshall, de 32 años, una antigua y acreditada especialista en los 200 y 400 metros libres, Adam Peaty ha decidido romper barreras míticas, lo que suele caracterizar a los grandes nombres de la natación. Bajó hace un año de 58 segundos (57.92), ahora ha alcanzado la mediana entre el 57 y el 58 (57.55) y nadie descarta el bocado que le acerque a los 56 segundos, una frontera que parecía inalcanzable para esta y la próxima generación.