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La vida en la Villa Olímpica

Estoy deseando estar en los Juegos y residir en la Villa, que me dicen que en algunos momentos es un cachondeo”, dice Hortelano. El que esto escribe residió en la Villa de Moscú 1980, lugar un poco triste por el boicot de Estados Unidos y de otros países occidentales y por la seriedad de los soviéticos. En los primeros días aseguro que no es un cachondeo. Todo el mundo concentrado, entrenando o compitiendo, durmiendo a la hora razonable y madrugando a horas menos razonables. El mayor exceso era intentar fotografiarse con algunos deportistas de relumbrón. Quizá algún apalabramiento. En Moscú el edificio español (compartido con Brasil) estaba enfrente de un bloque en el que había chicas de no sé qué país, a las que se las veía en la ducha. Alguien (Selección de baloncesto) ideó un sistema numerando las habitaciones de arriba abajo y de izquierda a derecha. Y daba la voz de alerta: “B5”. Y como había unos 200 metros de distancia se recurría a catalejos, agotados en los primeros días.

Los soviéticos no se explicaban tal fenómeno, como no se explicaban las noches locas de los cubanos (y cubanas) cuya alegría y cachondeo, eso sí, contrastaba con la seriedad y rigidez soviética. Pero cuando alguien ya había competido y no le restaba más trabajo deportivo, ahí todo era posible. Hubo visitantes a otras habitaciones de otros países y viceversa, sorteando, no sé cómo, a los serios, pero amables, vigilantes soviéticos. El cachondeo tiene sus momentos, según cada cual va acabando y según sus deseos y posibilidades. Pero la Villa es cosa muy seria.