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Portugal saboreó la gloria que se le escapó entre los dedos a Francia. No con mucho fútbol, pero sí con pasión. Como el resto de la Eurocopa, en realidad. Fue el torneo que puso a Albania en el mapa futbolístico, el que hizo famoso el Will Grigg’s on fire, ese en el que los aficionados de Irlanda se convirtieron en virales por su simpatía. Por desgracia también resultó ser el de los ultras rusos e ingleses que arrasaron Marsella, el del fatídico gol de Perisic que cambió el paso a España, el del adiós para siempre de Del Bosque. Gracias por todo, Vicente.

Por supuesto fue el torneo del milagro de Islandia y del grito que inmortalizó a sus hinchas, el “Hú”. La misma Eurocopa en la que Italia mostró su muro defensivo de tres centrales, esa que tuvo estrellas estrelladas como Ibrahimovic, Lewandowski o Müller, aquella en la que se ganó sin necesidad de la posesión y el futbol brilló por su ausencia. Vimos a Bale y a Gales hacer historia 58 años después de su último gran torneo, asistimos a la eclosión definitiva de Griezmann, comprobamos cómo sufre un deportista cuando se lesionó Cristiano. Al final fue Éder el protagonista inesperado de una Euro para el recuerdo en Portugal, pero en pocos sitios más. C’est fini.