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Garbiñe abre una nueva era

Ya nunca más habrá que preguntar a una tenista española si le pesa la losa de los nombres de Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez. Porque Garbiñe Muguruza, 22 añitos, la levantó ayer e hizo florecer el barbecho en el que ha vivido el tenis femenino desde que las campeonas de Roland Garros y el US Open (la barcelonesa) y Wimbledon (la oscense) colgaron la raqueta. El fulgurante brillo de un tenista irrepetible como Rafa Nadal ha contribuido además, a opacar todo lo bueno que ha crecido en las pistas de este país. Con razón, claro. Ahora, la tenista de Caracas ha inaugurado un tiempo nuevo. En un tenis dominado por grandes torres, tiene el físico y los tiros necesarios para dominar, el orgullo de Arantxa, el talento de Conchita y el descaro de los elegidos.

Garbiñe (padre vasco, madre venezolana) llegó a Barcelona con seis años, comenzó en la academia de Bruguera, se curtió con Alejo Mancisidor y en octubre de 2014 decidió por fin jugar por España y no por Venezuela. Aquí creció. Ha descorchado el champán sobre la tierra de París, pero su tenis es ideal para la alfombra de Wimbledon, la jungla de Nueva York (la ciudad donde se siente más cómoda... cosas de una chica global) o el cemento de Australia. Conchita, ahora capitana, tiene mucho que ver en el reclutamiento de Garbiñe. Y junto a Carla Suárez se puede soñar otra vez con ganar la Copa Federación, con verla peleando por varias medallas en Río: en individual y formando pareja con Carla y quizá con Nadal en el mixto. Démosla cariño. Nos lo va a devolver.