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Luis a secas

Bayern - Atlético de Madrid en directo

Cuando el árbitro pitó la falta al borde del área, mi padre exclamó: “Es el sitio de Luis”. En esa época no era Luis Aragonés, que eso es un invento moderno, sino simplemente Luis, a secas. Faltaban apenas seis minutos para acabar la final de la Copa de Europa del 74 ante el Bayern. Yo entonces era del Atlético. Imposible no serlo. Aquella temporada fue construyendo cada miércoles una imagen que se engrandecía con los comentarios ingenuos que soltábamos en el campo de gravilla en el que cada tarde se nos hacía de noche jugando al fútbol. Uno de esos miércoles no hubo partido a la salida de clase. El Atlético jugaba en Yugoslavia a media tarde porque no había en el campo luz artificial. A toda velocidad recorrí los 500 metros que separaban el colegio de mi casa. Salíamos a las cinco y media y tres minutos más tarde ya estaba aporreando el timbre. Sin saludar siquiera a mi abuela seguí corriendo por el pasillo. “Cómo chegas tan rápido hoxe?”, me dijo mientras encendía el viejo televisor Philips que teníamos en el comedor. “Claro, hai partido. Non, neso ti sí que levas matrícula”, finalizó antes de prepararme la merienda, pan con cuatro onzas de chocolate Dolca. Era un televisor de válvulas, de aquellos que se tenían que ir calentando, en los que primero llegaba el sonido (un minuto después de arrancarlo) y más tarde la imagen. Aún con la pantalla a negro escucho: “Ygolygolygolygolygooool”. Era el 0-2 ante el Estrella Roja de Belgrado, en cuartos de final creo recordar, porque detesto recurrir al ventajismo de Google para hablar de los mitos. Después llegarían las semifinales. Primero el heroico empate en la carnicería de Glasgow ante el Celtic, para qué negarlo, con tres expulsados. La primera roja la vio Ayala, el que seguramente menos la merecía. Siempre pensé que el árbitro lo había confundido con Ovejero, también con melena indiana. Después, la remontada en el partido de vuelta, el 2-0 en el Calderón, con Adelardo aupado por los aires tras sentenciar casi al final del partido.

“Es el sitio de Luis”, había dicho mi padre, y a un padre siempre se le hace caso, sobre todo cuando habla de fútbol. Y Luis se perfiló, talonó con el cuerpo encorvado hacia adelante y chutó envolviendo con uno de sus pies gigantescos el balón que Sepp Maier vio con ojos incrédulos cómo entraba en la red. “Ygolygolygolygolyogoooool”. Luis saltaba, celebrándolo como queriéndose mantener en el aire, braceando sin parar igual que un pájaro, y entonces descubrí la maldición del locutor gafe. “El Atlético acaricia ya con sus manos la Copa de Europa”, dijo el narrador antes de que mi abuela apostillase con su habitual fatalismo gallego: “Non fales antes de tempo”. Gárate se tumbó entonces sobre la hierba, extenuado. Era la última acción del partido y apareció aquel defensa alemán de nombre impronunciable…Ya saben cómo acabó aquello. Para qué hacernos más daño.

Meses después, a mitad de temporada, Luis se retiró como jugador, pasó a ser entrenador del Atlético, se convirtió ya en Luis Aragonés y ganó la Liga de ese año. Y nos enseñaría a jugar al contragolpe, y al tiqui-taca, y a parar en seco una pregunta inoportuna, y a tratar de usted a los jugadores, y sobre todo a ganar... a ganaryganaryganayvolveraganar.

35 años después de aquella final contra el Bayern que Luis acarició con los pies y se le escurrió entre los dedos, Aragonés tuvo de nuevo enfrente a otro equipo alemán, en otra final de la Copa de Europa. Esta vez ya no solo era el Bayern, era toda Alemania. Y fue entonces cuando consiguió detener el tiempo, dar marcha atrás y regresar a 1974 para cambiar la frase de Vicente Calderón y lograr que España dejase para siempre de ser El Pupas. Puede que esta noche, como en aquella Eurocopa de Austria, Fernando Torres, haga también los honores.