En fútbol, 9 puntos nunca son 9, sino 3+3+3

Media deforestación del Amazonas se podría haber evitado ahorrando todo el papel gastado en dar por hecho aquello que luego nunca pasó. Realmente, los sorprendidos por lo sucedido en la cabeza de la Liga este mes son todos aquellos que cometieron el enésimo error de dar por imposible lo que aún era posible. Es una manera muy curiosa de hacerse trampas uno mismo, como el perro que se esconde su hueso para alegrarse cuando lo encuentre un par de días después.

Las matemáticas no se visten de corto. Los puntos en fútbol son números, sí, pero detrás de ellos están grupos humanos, no calculadoras. Por eso 9 puntos nunca son 9, sino una suma de guerras interconectadas, que cada una vale 3 puntos y donde, en los periodos de una a otra, la cabeza de cada protagonista puede resultar gran aliada o gran enemiga.

Desde la psicología deportiva explican que cada derrota del Barcelona ha ahondado en la focalización del error. Es decir, que viendo qué falla mientras le pisan los talones y le echan de la Champions, el jugador azulgrana juega pensando en cuántas veces más va a fallar y no en disfrutar de cada acierto, que es lo que pasa con el viento a favor. Las dos dinámicas crean espirales, de ahí nacen las rachas, y cuando estás en una negativa poco importa por qué empezó todo. Los grandes entrenadores lo han sido por observar y corregir estas cosas de manera imaginativa e intuitiva, sin necesidad de saber ni que se estudian en las facultades. De hecho, probablemente lo que menos apetece ahora en el vestuario culé será estar de charlas.

En definitiva, una racha así hace que un lejano 9 se escape como arena entre los dedos a ritmo de 3+3+3, mecanismo natural en el deporte. La mejor muestra de que a sus perseguidores no les ha cogido desprevenidos es que han aprovechado los errores.

Zidane, que se olvidó del escudo que defiende y llegó a claudicar en público, ahora se muestra como corresponde, expectante y preparado para afrontar todo lo que puede ocurrir. Simeone es de piñón fijo y, aunque podría ahora, nunca va a sacar pecho ante los que le tachan de repetitivo en su mensaje, que es el que traslada al campo y por el cual opta a todo. Y Luis Enrique, más allá de su criticable estilo, dejó claro ayer que tiene perfectamente enfocada la nueva lucha por el título.

El desenlace lo marcará lo que cada uno consiga hacer en la motivación y preparación de sus respectivos vestuarios, donde en uno reina la ambición, en otro huelen la sangre y en el culé reside lo peor, la duda. Evidentemente, puede pasar de todo. Bueno, de todo no, sólo lo que es posible.