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Pongamos en limpio el trabajo sucio

Casemiro se encarga en el Real Madrid del “trabajo sucio”, según cronistas y narradores, y hasta recibe elogios por ello. Pero la Comisión Antiviolencia no hace nada, así que debe de haberse producido algún error.

El Diccionario de la Academia recoge que el adjetivo “sucio” significa “contrario a la legalidad o a la ética”, cuando se aplica como metáfora. Y pone como ejemplos “trabajo sucio” –precisamente--, “negocio sucio” y “guerra sucia”.

¿Será entonces que algunos futbolistas hacen un trabajo contrario a la legalidad y a la ética? Los hay, seguro, pero no tantos como los mencionados en cada jornada por desempeñar una labor de corte en el pase, de carreras abajo y arriba, de marcajes con ahínco para arrebatar el balón al contrario.

A todo esto se denomina ahora “trabajo sucio”, pero esas acciones no merecen el calificativo de sucias, sino el de eficaces. El trabajo sucio de verdad consistiría en dar patadas, agarrar al oponente en los saques de esquina, simular faltas recibidas o perder tiempo. Y eso no sería digno de elogio.

Lo que a menudo se llama “trabajo sucio” (generalmente seguido de la expresión “en el centro del campo”) se debería denominar con más acierto “trabajo oscuro” o “trabajo sordo”.

El adjetivo “oscuro” tiene en sus definiciones académicas la adecuada para estos casos: “Carente de relevancia o de notoriedad”. En efecto, el trabajo abnegado de esos centrocampistas rocosos suele pasar inadvertido para los resúmenes del encuentro, para los grandes premios individuales y hasta para las mejores estadísticas de la temporada.

Y el calificativo “sordo”, por su parte, también encontraría el respaldo de la Academia si se usara para este menester, según uno de sus significados: “Callado, silencioso, sin ruido”. Así se podría calificar, pongamos por caso, la humilde función de ocupar el espacio de un defensa lateral que ha subido y aún no baja. Estos cometidos no suelen despertar las ovaciones de la grada, ni el grito de euforia repentina, ni que se coree el nombre de quien está siempre atento a las coberturas. Trabajo sordo, pues.

Di Stéfano llamaba en broma a Zárraga “el sordo” precisamente porque los narradores de entonces (que quizás cuidaban más las palabras que los de ahora) calificaban así la tarea eficaz de su compañero en el Real Madrid.

Sería una barbaridad que se tildase ahora a alguien de “el sucio” por hacer honradamente lo mismo.