Una obra más grande que el genio
En ‘Lluvia roja’, un libro de viajes del holandés Cees Noteboom, cuenta como en Menorca le llamaban ‘El inglés’ porque hasta la llegada de Cruyff el concepto holandés estaba difuso en el imaginario español. Eso nos da una idea de cómo cambió las cosas ese flaco que luego revolucionó el fútbol desde los banquillos. Yo, demasiado niño cuando era jugador, crecí con el recuerdo transmitido de su grandeza, pero realmente lo descubrí el día de la presentación veraniega del 88, cuando afeó a la afición su abucheo a Alexanco.
Y a antes de ganar yo ya estaba cautivado por ese carácter indómito. Todavía no sabíamos que ese tipo deslenguado iba a cambiar el fútbol. Sí se podía intuir que llegaba un entrenador protagónico, polémico, un tanto arbitrario que llevaba la rebeldía en sus genes. Tampoco era predecible que cambiaría la vida de tantos culés. Yo, que me fui a vivir a Madrid, era un jovencito catalán y del Barça, esto es, de un equipo segundón que miraba desde abajo al equipo hegemónico, pasé de sufrir los rigores de una competición desigual a mirar sin miedo al eterno rival. Todo eso ha cambiado y mi hijo, si es del Barça, no sentirá ese complejo. Decía Sarte que las revoluciones quedan para siempre aunque fracasen. Y a Cruyff le llegó, como no podría ser de otro modo, su ocaso. Pero su revolución quedó y sus frutos son deudores de un tipo rebelde. Con él morirá cierta vanidad. Pero el fútbol que se inventó, que cambió el juego de equilibrios para siempre, no puede ya morir porque como pasa siempre con los genios su obra es más grande.