La Copa Libertadores se empareja hacia abajo

Las grandes sorpresas de la Copa Libertadores tienen más que ver con un bajón en el nivel de los grandes que con una mejora de los equipos más pequeños. Lo hemos podido ver en las últimas dos ediciones del torneo continental, y también parece estarse repitiendo el patrón este año. En el 2014, tuvimos la oportunidad de ver en la final a dos equipos que ofrecían muy poco: el Nacional paraguayo y el San Lorenzo de Bauza.

El equipo de Asunción era un típico equipo defensivo, con mucho orden y garra, pero no mucho más: una suerte de Grecia en la Eurocopa del 2004. San Lorenzo, por otro lado, era el fiel retrato del fútbol argentino moderno: un par de jugadores destacados, un bloque más o menos sólido y no mucho más. La final, que nos dejó algo en el plano emocional y nada en el futbolístico, fue el reflejo de lo que viene sucediendo en Sudamérica: los equipos son cada vez más parejos porque todos, salvo quizás los brasileños y algún colombiano, vienen empeorando al mismo ritmo.

Algo parecido sucedió en el 2015, cuando un flojísimo Guaraní terminó disputando una semifinal ante River Plate, que pasó los octavos de final ganándole a Boca Juniors un partido que tuvo que suspenderse por la violencia de la hinchada xeneize. Una Copa que, a partir de ese desagradable momento, se vio ciertamente manchada, y que opacó lo poco que podía opacar: un equipo mexicano como el Tigres que agradaba y un River con un par de buenos elementos, pero no mucho más.

Esta edición parece que será más de lo mismo: los bolivianos se hacen fuertes en la altura, los argentinos sufren cada partido porque su nivel es cada vez más triste, los equipos peruanos se acercan peligrosamente al ridículo, y los equipos chilenos y ecuatorianos ya no pueden vivir de las extraordinarias campañas de la U de Chile de Sampaoli o del LDU de Bauza, respectivamente. Salvo algunos equipos brasileños que, por poder adquisitivo y talento siempre están arriba –excepto el Sao Paulo, curiosamente dirigido por Bauza, que es una lágrima- o colombianos, como el extraordinario Atlético Nacional, el patrón es preocupantemente parecido al que moldeó las ediciones anteriores.

El mal nivel de los grandes equipos argentinos como Boca y RIver responde muy probablemente a problemas endémicos de la región: las estrellas se van muy pronto, federaciones extremadamente corruptas, torneos locales organizados a la loca. Es un tema complicado y que requeriría más que unos cuantos párrafos para analizar con profundidad, pero lo cierto es que la Copa Libertadores es cada vez un torneo más monótono, con poco nivel y que se empareja hacia abajo.