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No parece el Niño, pero lo es

No hay mucho fútbol ya detrás de sus zapatos, o eso parece, pero fue justamente el Niño el que estaba allí otra vez, solo en una esquina del área chica de Mestalla, esperando que, quién sabe, igual ocurre, la pelota le lloviera del cielo. Fue precisamente Fernando Torres, sí, el que leyó el balón dividido a la salida de uno de esos saques de esquina que han perdido petróleo en el Atlético y, en vez de dar un paso hacia adelante, como André Gómes, lo dio hacia atrás, por si quién sabe, igual ocurre, Giménez ganaba el salto entre tres futbolistas del Valencia y, lejos de buscar portería, peinaba el balón hacia su rincón. Gol fácil, de estar ahí, de acomodar el cuerpo para empujar a la red. Gol de adivino, de olfato, de atención. Gol redentor sobre todo, otra vez ganador, el sello vigente de un símbolo al que cada vez le queda menos físico y repertorio. Porque Fernando Torres ya no es el gran Fernando Torres. No asoma como un seguro de esperanza propio y de amenaza para el rival. Sus mejores días han pasado. Ya no se va por zancada y potencia, la pelota cada vez le obedece menos en el control, el pase, la conducción y el remate, y las jugadas se trompican a su paso. Eso es verdad.

Pero así y todo, sin fe alrededor, fue precisamente él, otra vez el Niño, el que, cuando parecía que lo más conveniente era entregarle el balón a Griezmann, prefirió jugarse un desborde personal en largo por si, quién sabe, igual ocurre, Santos le tiraba tarde una zancadilla y se comía el cebo de la segunda amonestación. Como ocurrió. Una forma eficaz de cerrar el partido y de guardar los puntos en el equipaje.

Ya no es el Niño, ni se le parece, pero sí que lo es. Como siempre. Otra vez.