El legado de Alberto Contador
Alberto Contador tiene una escuela ciclista. En Pinto (Madrid). Donde nació. Allí van niños y niñas desde los ocho años. No se discrimina a nadie. Es decir, no hay que apuntar condiciones para inscribirse. Se trata de hacer ciclismo, o jugar a ser ciclista, y punto. Luego la selección natural se encargará de pasar a quienes más destaquen a los equipos júnior y sub-23. Son los que presenta cada año Contador en sociedad. El ejemplo empieza a cundir en el ciclismo, y sería bueno que en otros deportes también. Se trata, en definitiva, de una acción que, aprovechando la popularidad del deportista, obtiene recursos para contribuir a la financiación de una escuela. Si encima se realiza a través de una fundación, resulta menos gravoso.
El resultado es un legado, que Contador justifica en pocas palabras: “Pretendo dar al ciclismo lo que el ciclismo me ha dado a mí”. Ahora, a través de su fundación, tiene la idea de llegar más lejos, creando su propio equipo. No es mala cosa. A Contador, como grande del ciclismo que es, le resultará fácil abrir puertas para encontrar patrocinadores. Magnífico que no se dedique sólo a dar pedales como un autómata. Crea una fundación, pone en marcha una escuela, promueve equipos en las categorías inferiores y ahora no descarta hacer el suyo propio. Estupendo. No va a dar al ciclismo lo que le dio a él; lo va a dar multiplicado por cien. Si uno juega como se entrena, Contador vive como compite en la carretera. Sin reservas.