El dilema de Griezmann y Oblak
El Atlético no se fía de los que reparten los premios. De su gusto particular, raro. De otro modo no se habría apresurado a intentar sujetar a sus mejores futbolistas, apetecibles para el mercado aunque no salgan tanto en las fotos, con estratosféricas cláusulas de rescisión de contrato. No es garantía de mucho, sólo de que los clubes invasores tendrán que sentarse en el despacho a negociar antes de arrancar género. Pero es un mensaje.
Los jugadores al final juegan donde quieren (sus representantes), como oportunamente se encarga de recordar Enrique Cerezo cuando cada verano se produce alguna fuga, pero en este caso sería a cambio de llenar la caja (lo que consuela al dueño, pero no demasiado al hincha) y de no equivocarse ofensivamente en el destino. Otra cosa es que a los que se animan a marcharse les compense: vaya usted a saber por qué, a ninguno (o casi) luego les va bien con el cambio de aires. La maldición sigue vigente, aunque aún nadie ha sido capaz de encontrarle una explicación científica fiable.
En realidad Godín y Koke, dos de los de la columna vertebral amarrados, ya sospecharon hace tiempo de los beneficios de una salida. Y se quedaron, ahorrándose el disgusto de compañeros como Falcao, Filipe, Diego Costa o incluso Arda Turan, de quien cuesta creer que cuando dijo que tenía ganas de dejar de correr tanto se refiriera a descansar sentado en el banquillo azulgrana de los suplentes.
Ahora los más golosos para los compradores son Oblak, silenciosamente erigido en el mejor portero de Europa, y Griezmann, una delicia de delantero que cada tarde parece un poquito mejor que la anterior. El Atlético quiere colgarles una etiqueta de 100 millones de euros en el precio que suena a prohibitiva. Pero no tanto como para asustar a los gigantes que amenazan con salir de caza este verano. Así que hasta que los tipos resuelvan si sonreír o arrepentirse, que el Calderón se siente y los disfrute. Mientras duren.