Juanma Trueba

Muñecos de aire, los defensas que nunca se apartan

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que las faltas directas se entrenaban ante barreras humanas. El lanzador alineaba a varios compañeros y ensayaba disparos a portería sin la menor queja de sus colegas, a los que de tanto en cuanto se les alborotaba el peinado. En aquellos años, los futbolistas no se cubrían ninguna parte blanda; eran tiempos duros.

A finales de los 80 y primeros de los 90, los jugadores comenzaron a mirarse el ombligo y alrededores. Las barreras se llenaron de jugadores que entonaban plegarias al tiempo que fortificaban su entrepierna. Para su alivio, en los entrenamientos se comenzaron a utilizar rudimentarias barreras metálicas con siluetas minimalistas.

Contreras coloca la barrera durante un entrenamiento del Málaga en 2001.

Todo eso pertenece ya al medievo del fútbol. Hoy en día, las fábricas de muñecos hinchables han dado un uso honorífico a su producción tradicional. Un defensa como el que vigila a Keylor Navas cuesta entre 120 y 190 euros según mida 1,75 o 2,05 metros. Un precio asequible para un compañero fiel. Su base, rellena de agua, permite que el muñeco recupere su posición erguida después de los zapatazos más despiadados. Llegados a este punto, es obligado recordar a Otto, el piloto automático de Aterriza como puedas.

Las nuevas estructuras de PVC no sólo dan verismo al trabajo de los lanzadores, sino que facilitan la tarea de los porteros. A la hora de ensayar el despeje de centros divididos resulta más agradable chocar con un nieto de Otto que con un ariete al ataque.

El siguiente paso es personalizar los tentetiesos, vestirlos con uniformes y estampar en ellos las caras de los enemigos favoritos. La industria del muñeco hinchable puede con eso y con más.