Garbiñe Muguruza, la nueva predilecta de Stella McCartney
"Vamos a permanecer humildes y vamos a ir paso a paso", era el resumen-reflexión en voz alta que Sam Sumyk, entrenador, de Garbiñe Muguruza, hizo a AS solo unos minutos antes de que Garbiñe avanzara a la tercera ronda del Australian Open a costa de la peculiar belga/flamenca Kirsten Flipkens. Y sin haber cedido un set ante Flipkens y Kontaveit es esa envidiable situación en la que Muguruza llega a los dieciseisavos de mañana con la checa Barbora Zahlavova-Strycova: puede ser en visperas de un tiroteo a todo o nada en octavos -y quizá en pista cubierta, si siguen las lluvias- con la temible, Azarenka, doble campeona en Melbourne (2012, 13). En caso de superar a Azarenka, y tras el fracaso inicial de Simona Halep, Garbiñe Muguruza solo necesitaría un triunfo más, ya en cuartos, para salir de Melbourne como segunda mejor tenista del mundo.
Y, ¿cabe esa humildad que Sumyk pregona y casi suplica cuando uno se halla a las puertas del fenómeno de mercado -ojo al ángulo latino- e imagen que puede generar Garbiñe Muguruza Blanco? Es cierto que la monumental tenista de Caracas aún no ha firmado un título de Grand Slam, por más que se acercara en Wimbledon hasta la ùltima frontera. Pero, incluso sin ese título, Adidas ha extendido a Muguruza el contrato más alto de patrocinio y equipamiento de los que la firma de las tres bandas maneja en el circuito profesional femenino, donde también controla (después su vinculación con Justine Henin) a mitos del 'show business' como Ana Ivanovic, Caroline Wozniacki y, por añadidura, a la propia Halep.