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Las quejas impostadas contra el orgullo

Ni los jugadores del Barça ni Luis Enrique —éste, no en una sino en dos ruedas de prensa— se han quejado de la supuesta violencia del Espanyol en el primer derbi. O el primer round, si creemos a esos que equiparan el 0-0 de Cornellà con poco menos que un combate de boxeo que no existió por ninguna parte. Y, para colmo de críticos, incluso Neymar negó haber escuchado cánticos racistas. Esos mismos ‘uh, uh’ que hace un tiempo algunos creyeron oportuno corear para increpar a Roberto Carlos. Pero el caso es que, para la “maquinaria nacionalbarcelonista” acuñada por Collet, los victimistas son el propio presidente del Espanyol y aficionados. Y no ellos, que son quienes difunden unas acusaciones que ni los presuntos afectados —plantilla y técnico— han esbozado, lo cual les deja retratados no ya ante los pericos, sino ante el Barça mismo.

Buscar excusas y no razones cuando tu equipo empata en un partido de Primera —las mismas, por cierto, que se inventaron tras el 0-0 de 2010 y el 1-1 de 2012— no parece propio de seguidores de un campeón de todo. Como tampoco lo es que no entiendan que para el Espanyol un derbi es un partido especial, único, y no porque vaya a contar como un título, sino porque tras 364 días de convivencia en franca minoría y la cierta represión que de ello se deriva (de escuelas en las que se enseña el himno del Barça por doquier, a representantes políticos que alardean de su culerismo sin sensibilidad), por unas horas el fútbol iguala las fuerzas. Hoy volverá a suceder. Y aunque al Espanyol no le saliera tan bien su propuesta, pues se mide a un presupuesto doce veces mayor, a los pericos ya nadie les arrebatará esa ilusión de que, durante 90 minutos, todo fue posible.