El gorro de Paco y el vestir de los entrenadores
Paco Jémez tiene, por lo general, un vestir impecable, de corte clásico. Acierta en los trajes, en la dieta y en el gimnasio. El resultado es que Paco luce tipo de torero retirado, con el pecho erguido, o de cubano bailarín de salsa, con la culata enhiesta. El futbolista que no se abandona mantiene toda la vida un caminar de héroe mitológico en la reserva.
Debemos reconocer, y no habrá sastre que nos quite la razón, que pocos entrenadores de Primera lucen palmito con tanto garbo. Probablemente, sólo Víctor Sánchez del Amo, algo más moderno en el vestuario, resista la comparación. Luis Enrique, que también está en el peso (de Zatopek, concretamente), acusa una excesiva tendencia al desaliño. Simeone, que comparte vigorexia con Paco, sólo trabaja diferentes tonalidades de negro. El problema de Emery, otro entrenador de fina estampa, es que el braceo le descoloca la sisa.
De tanto en cuanto, Paco se enfunda un gorro que antes era de camuflaje y el domingo fue de cobrador de los Soprano. Lo asombroso es que no necesita más prenda de abrigo para combatir el frío, como si el relente sólo le atacara calva y orejas. Ataviado con un gorro y un traje a medida, el técnico del Rayo podría cruzar Alaska sin que le castañetearan los dientes.
El riesgo es que Paco se vista en función del gorro (o de la perilla), como ante la Real. Si le hubiera valido para meter en cintura a Lass, no pondríamos pegas. Pero no sirvió. De modo que rogamos su regreso al sobrio clasicismo. Un entrenador sin frío, un equipo sin miedo y una calva sin tapujos.