Suárez emula a Suárez
Dos imágenes. El Barcelona está preparado para la montaña y para la cueva; los jugadores excelentes que ayer subieron a la montaña de Japón para explicar las tablas de la ley del fútbol fueron, más o menos, los que se vencieron a sí mismos en Valencia y ante el Deportivo y cedieron dos empates. Un resorte competitivo, que arrastran al mismo tiempo que defienden la identidad antigua del juego del equipo, los hace revolverse desde la mediocridad autosatisfecha para convertirse, de nuevo, en un homenaje vivo a la historia del mejor fútbol. Eso pasó ayer en instantes sublimes, a pesar de las tarascadas del River Plate.
Dureza. La confrontación fue dura en algún momento, pero el Barça resistió sin rendirse a la vulgaridad del otro, y poco a poco fue acorralando a los gladiadores sucios y convenciendo a un exótico y despistado árbitro iraní de que era mejor cortar aquellas patadas que amenazaban precisamente a los más virtuosos en el arte del peligro.
El recuerdo. En medio de esas piedras preciosas que exhibe el Barça de hoy como si se prolongara el extraordinario recuerdo de Johan Cruyff, Frank Rijkaard, Pep Guardiola y Tito Vilanova, el nuevo líder metódico de esta formación, Luis Suárez, se superó a sí mismo y se acercó ya definitivamente a las virtudes de su tocayo veterano, aquel Luis Suárez de juego sublime que ahora comenta con sabiduría en Carrusel las evoluciones del Barça de su homónimo uruguayo. Por supuesto que volvió a ser Messi, ya sin el peso de la piedra en el riñón, el líder de todo esto, pero destacar a Suárez es tan solo para poner justicia en su historia, gratitud de aficionado a la solidaridad con la que expresa su juego y hace más fáciles los partidos a sus compañeros.
El entusiamo de un niño. Luis Suárez tiene la fuerza de un jabato, el entusiasmo de un niño, la colocación (del pie para rematar, del cuerpo para perfilarse y sacar ventaja al adversario) de un futbolista depurado y feliz, que juega por jugar y que dejó atrás las depresiones que le producían (y producían) sus pasadas arrancadas improductivas. Neymar ayudó a su triunfo, y aunque no marcó dejó señales de que ya está camino al nirvana del que disfrutó mientras estuvo lesionado Messi. Éste hizo un partido primoroso, como Mascherano, como Alves, como Busquets, que le dejó a los pies del delantero uruguayo uno de los tres grandes goles del encuentro de Yokohama. En el caso de Messi, era interesante verlo jugar frente al club que pudo haberlo tenido entre los suyos, si le hubiera ayudado cuando necesitaba salir de las dificultades de su adolescencia. Pero fue el Barça el que se lo trajo y lo hizo este personaje que ayer maravilló en Japón haciendo lo de siempre, y, como siempre, pareciendo que lo hacía por primera vez.
Todo un ejemplo. Un apunte más, por cierto: que Leo Messi saliera al campo con esa forma física, pocas horas después de haber sido sometido a la tortura de un cólico nefrítico puede servir de estímulo a los enfermos del riñón; alguna vez veremos anunciada esta veloz curación como todo un éxito de la medicina. O como un éxito de Messi. En todo caso, déjenme reiterar el mensaje de gratitud y admiración: este Luis Suárez uruguayo ya se puso al nivel del Luis Suárez gallego, y eso en la gran historia del Barcelona es decir muchas cosas y todas buenas.