El gol 100 de Torres, la resistencia y la meditación
La madurez está sobrevalorada. No nos hacemos más sabios por cumplir años; nos hacemos más lentos. A partir de esta evidencia, los más mayores han logrado convencer a los más jóvenes de que sus cabezadas son meditaciones. El fútbol es un buen ejemplo. Eso que llamamos experiencia es en realidad un recurso de los que ya no pueden correr tanto, de los que no llegan a tiempo. Decimos entonces que fulano o mengano han perdido fuelle, pero que han ganado colocación y perspectiva.
Cualquier futbolista puede acogerse al comodín de la experiencia, a excepción de los delanteros, especialmente aquellos que han hecho carrera como puntas veloces. En cuanto decaen la agilidad y la viveza, el juego les ofrece la oportunidad de ser otro tipo de futbolistas, pero nunca más serán ellos mismos. Quien lo advierte (Raúl, Villa...), cambia de aires y empieza una nueva vida en una liga diferente. No para borrar su pasado, sino para evitar la comparación.
Viaje. El caso de Fernando Torres es singular. La marea del fútbol no le ha llevado a otro continente, sino que le ha devuelto a casa. La novela o la película hubiera terminado justo en ese punto: El Niño presentado en el Calderón ante 40.000 aficionados, casi ocho después de su despedida. Fin, himno del Atlético en versión filarmónica y títulos de crédito.
Pero el telón no cayó en ese momento. Lo que siguió, y lo que estamos viendo, es lo que hay después del “fueron felices y comieron perdices”. Lo que ha sucedido al reencuentro ha sido el encaje de dos amantes que ya no son como se recordaban. Un año después, Torres conserva intacto el cariño de la gente, el aura de los ídolos y la consideración de quienes le conocen. Sin embargo, el hombre que lo tiene todo también tiene un papel deportivo por definir y un gol que se le resiste, el número cien con el Atleti.
El ruido, en origen un leve zumbido, comenzó en septiembre: Fernando Torres marcó contra el Eibar su gol 99 y de inmediato se inició la preparación del centenario. Quince partidos después, el gol sigue sin llegar y el zumbido se ha transformado en obsesión.
La cumbre de esa ansiedad personal y colectiva se alcanzó el jueves contra el Reus. Torres resolvió un mano a mano con el portero con un taconazo displicente, quizá porque se creyó en fuera de juego o tal vez porque quiso adornar con una guinda el gol centenario. Tampoco descarten la conjunción de ambas teorías. Y añadan una tercera: la meditación. Quién sabe si Torres no estará planeando un gran gol preelectoral o uno sublime para cerrar el año. Ya saben cómo es la gente mayor.