El hecho de cambiar caminando
Acabo de estar en Tenerife presentando el documental Laila, la medida de la vida sobre nuestra expedición invernal a esa impresionante montaña del Karakorum, una estupenda oportunidad para reencontrarme con amigos y con un paisaje singular tanto por su presente como por su historia. Me cuentan que avanza razonablemente bien el proyecto de convertir su paisaje y los senderos que lo recorren en otra atractiva razón para visitar Canarias. De hecho, los datos parecen confirmarlo pues ya el 17% de los cinco millones de visitantes que reciben afirman que son su motivo para visitarlas.
Y es que hay un inagotable territorio donde disfrutar, más allá del sol y la tumbona, del placer de caminar en contacto íntimo con una naturaleza de asombrosa belleza y variedad mientras se ejercita el cuerpo tanto como la mente; porque, como afirmaba Julio Llamazares en un reciente artículo, “…caminar nos da libertad lo mismo que el pensamiento”. Ya sé que es casi una herejía en estos tiempos de híper conectividad y aprovechamiento del minuto abogar por entregarnos a un rato de caminata: pura y simplemente dejarnos llevar por nuestros pasos sin más fin que separarnos de la corriente general y tomarnos ese tiempo para abrir un paréntesis en el que saborear el camino alejándonos del sedentarismo mientras descubrimos algún rincón que desconocíamos y reflexionar.
Si lo hacen en Tenerife puede que uno de esos senderos les lleve hacia el Teide, la cima más alta de nuestro país que un día fue considerada “la montaña más alta de la Tierra”. Se encontrarán con un volcán de majestuosas proporciones pero sobre todo con un símbolo de lo mejor que nuestra curiosidad y capacidad de reflexión ha aportado a la civilización humana. Durante siglos fue una especie de “faro” natural para los marinos y un acicate para el espíritu de los más aventureros, hombres como el geógrafo y naturalista germano Alexander Von Humboldt que lo recorrió hasta su cima en 1799, al inicio de su increíble viaje de cinco años por la América española junto a su compañero Bonpland. La fértil sombra histórica del Teide llegó hasta el otro lado del Atlántico no sólo gracias a Humboldt sino también, y varios siglos antes, a los conquistadores que se enfrentaron a los desconocidos volcanes que se encontraron en aquel Nuevo Mundo por explorar teniendo como referencia la montaña tinerfeña. Así por ejemplo, si Mendaña y sus compañeros de la expedición de Cortés en lo que es hoy México se propusieron subir al Popocatépetl fue porque sabían que, como en el Teide, en la cima encontrarían azufre para sus municiones. Apostemos por caminar, y si, como he hecho yo, es a la sombra del Teide, mejor.