El síndrome del nuevo rico
Entre alabarlo y menospreciarlo existe un punto intermedio. O unos cuantos. Una escala de grises que se le está escapando a más de uno con la figura de Sergio. Tendrá defensores y detractores, solo faltaría, pero en los últimos días —ocho, para ser exactos— ha surgido una corriente de pensamiento peligrosa: algunos de los que antes le acariciaban, ahora le ponen en la palestra. Lo que ayer era blanco hoy puede ser negro. Incluso aseguran que, si el Espanyol no derrota al Málaga, dejará de ser el entrenador. Así, justo después de un partido, el de San Mamés, que precisamente no fue el peor. Al contrario. Se vislumbraron motivos para la esperanza.
Esa incoherencia puede ser derivada de sufrir el síndrome de nuevo rico. Como si la irrupción de un magnate donde había miseria económica ya implicase que todo lo que no funciona un día hubiera que cambiarlo inmediatamente. Como si el dinero diera la felicidad. Puede que también les guste quemar billetes. El problema es que no quemen a los demás. Al Espanyol. Dejen trabajar y no olviden que ayer eran pobres. Y que, ojo, mañana pueden volver a serlo.