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El Tour mima a los ciclistas

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El recorrido del Tour 2016, al margen de recuperar la crono, incorporar una cronoescalada y meter más o menos montaña, presenta una característica: la poca distancia que hay entre la metas y las salidas. Se exceptúa el traslado de la última etapa, de los Alpes a París, que se hace en avión, y los ciclistas tendrán que hacer durante el Tour 850 kilómetros fuera de carrera. ¿Son muchos? ¿Son pocos? El año pasado fueron el doble. Y en la Vuelta, 3.300, tantos como de carrera. Los ciclistas están hartos de tan largos desplazamientos, y ha comenzado a detectarse incluso cierto amotinamiento. El Tour, que podría pensarse que la Vuelta es su tubo de ensayo —tiene el 100% de las acciones—, ha tomado medidas rápidamente.

A diferencia de la Vuelta, los equipos ciclistas apenas perderán tiempo en los traslados: 42 kilómetros de media. En tres etapas, además, la salida coincidirá con la llegada del día anterior. Un guiño para que nadie proteste. Bien es verdad que el Tour pasa por donde quiere, y la Vuelta lo hace por donde pagan las Diputaciones. De esta manera sale una carrera ordenada, la primera, y otra de extraño dibujo, que es la nuestra. Damos motivo a los corredores para que protesten, y el Tour va tomando nota. De lo bueno (los finales en cuesta) y de lo malo (los largos traslados). Aun así nos sale una Vuelta apañadita. La pena es que con menores dependencias nos podía salir un recorrido extraordinario. Como a los franceses.