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Una noche de fútbol, brujos y humoristas

Alexis. Perú recibe a Chile como Mestalla al Madrid, pero amplificado seis veces. Una vieja rivalidad entre dos bandos, pero desigual, más pronunciada la enemistad en una dirección que en la otra. Perú recibe a Chile silbándole groseramente el himno y sacando públicamente a sus chamanes para que realicen conjuros contra Alexis. Pero la brujería ya no es lo que era. El supuesto damnificado por la maldición de los hechiceros no sólo no mermó su rendimiento sino que se marcó una actuación sideral, en un escalón cercano a Maradona. Acosos, desmarques, carreras, asistencias y goles. No fue el mejor partido de Chile en lo táctico, pero agradeció la autoexpulsión de turno de su sobreexcitado rival (como en la Copa América) y, sobre todo, el estado de gracia de su jugador bandera. El Niño maravilla lo fue literalmente. Chile vuela.

Godín. Una selección construida alrededor de un defensa central. Uruguay, a estas horas la primera potencia de América, es la consecuencia directa del carácter, el liderazgo y la competitividad de su Faraón. Corta, ordena, salta, despeja, grita, conduce, sube, baja, intimida, contagia. Sabino, a mí el pelotón que los arrollo. Es al mismo tiempo el zaguero más seguro, el organizador más preciso y el rematador más efectivo. Godín es Uruguay, que ni repara en que Luis Suárez y Cavani no están por sanción y Arévalo Ríos tampoco por temor a un positivo. Con el atlético es suficiente. En la altura de La Paz y en el piso de Montevideo; no gana, atropella.

Oliveira. No hace tanto tiempo Brasil era una carcajada, la sonrisa del fútbol. Entendía el juego desde la felicidad, se divertía y divertía. Ahora sufre y aburre. Y tiene que recurrir a la alegría de manera artificial, contratando a un humorista tras la derrota ante Chile para levantarle el ánimo a una tropa deprimida. Como lo oyen. El balón ya no les hace gracia. Y a lo peor Dunga se cree que fue la actuación de su particular Goyo Jiménez la que permitió a su selección reencontrarse dos días después con el triunfo y no la debilidad de esa Venezuela que festejó como una hazaña marcar el gol del honor (es verdad que en su estadística es un hito). Brasil hizo tres, dos de Willian en estado de Neymar y uno de Oliveira, el goleador de 35 años al que el entrenador ha rescatado tras ocho años de ausencia porque por allí ya no se encuentran futbolistas debajo de las piedras.

Martino. Argentina sigue en estado shock. La final de la Copa América la dejó sentada en uno de sus coreados divanes y de ahí no se levanta. Difícil reanimarse si no está Agüero. Y mucho más si quien falta es Messi, ausente por una lesión que ha hecho realidad las amenazas de su entorno. Messi no es el del Barça en Argentina, canta el reproche; pero Argentina no es nada sin esa versión reducida de Messi. La albiceleste tiene un problema. Y Martino, fiel a su leyenda, mira pero no ve. Ya se ha comprobado dos veces, en el Tata no hay tanto entrenador.