Consagración de Sainz
Desencanto. Sinceramente, Rusia no estaba en mi lista de grandes premios preferidos. El año pasado fue “mi primera vez” en Sochi (y la de todo el mundo) y la sensación con la que nos fuimos la mayoría fue la de decepción. Decepción por una carrera que prometía y que se convirtió en una de las más aburridas del año. Así que tengo que confesar que no esperaba mucho de este fin de semana. Cómo me gusta equivocarme y comprobar que Sochi puede ser un circuito divertido en el que pasan cosas. Muchas. Abandono de siete pilotos que hicieron brillar con sus desgracias a sus compañeros de equipo. Luchas en pista llevadas a extremos de agresividad máxima. Pero sobre todo, este fin de semana me ha devuelto la fe en la F-1. No lo digo precisamente porque el campeonato se haya reavivado. Ya saben que eso no ha sucedido.
Exhibición. Lo digo por un debutante de 21 años que ha salido de Rusia por la puerta grande a pesar de irse con la maleta vacía de puntos. Lo digo por Carlos Sainz. El Matador II (el Matador I es su padre), el Chili como le conocen en su equipo, el futuro del automovilismo español, Carlitos o simplemente Carlos. Llámenle como quieran. El caso es que este piloto nos ha dado una demostración de su capacidad de superación, lucha y saber estar.
Preocupación. El sábado Sainz sufría un brutal accidente que nos dejó a todos en vilo durante 17 larguísimos y angustiosos minutos en los que no hubo noticias. Carlos estaba atrapado en su coche y había perdido la corriente eléctrica, radio incluida. Su mayor preocupación no era él mismo, sino su familia y equipo. Quería decirles que estaba bien y no sabía cómo. Así que cuando vio la primera cámara de televisión sobrevolándole cuando le metían en la ambulancia, hizo un gesto con el pulgar que alivió al mundo entero.
Empeño. Ahora empezaba su segundo objetivo, convencer a los médicos, a su equipo y a la FIA para que le dejaran correr. Y lo consiguió. Obstinación lo llaman. Yo no pude menos que recordar a ese jovencito imberbe que iba a los test de pretemporada a observar a su ídolo y ahora amigo, Alonso. En sus ojos se veía admiración y la ilusión de estar algún día corriendo junto a él. Y lo consiguió.
Asombro. El domingo salía último, con apenas 15 vueltas de entrenamiento en un circuito nuevo para él, con el cuerpo dolorido, imagino... Y de repente ahí estaba. En la séptima posición a falta de siete vueltas. Increíble. Pero el destino es injusto y quiso dejarle sin premio al fallarle los frenos... ¡en la misma curva donde el sábado se había accidentado! La nueva curva bautizada como Carlos Sainz. Pero los caprichos del destino no se cumplieron. No se fue sin botín de Sochi. Consiguió algo casi tan difícil como ganar un Mundial: el respeto y la admiración de la familia de la F-1. Y son muy pocos los que pueden decir eso dentro de la parrilla.