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Éxtasis español. Pau Gasol colgado del hombro del Rey de España. La imagen de la armonía de un país entero abrazado a unos gigantes que nos han hecho recuperar la ilusión colectiva. Cuando sonó el himno nacional con todo el equipo de Scariolo subido en el cajón de los conquistadores del oro, una emoción incontenible subió por nuestros vasos sanguíneos. No olvidemos que veníamos de un varapalo difícil de olvidar, con esa noche de luces apagadas y frustraciones colectivas en el Mundial que entregamos de mala manera en el Palacio de Goya en un batacazo inexplicable ante el Gallo francés. Pero este equipo es una roca. Física y mentalmente. Esa imagen de Rudy destrozado contra ese muro lituano llamado Jankunas nos identificó a todos. Se fue roto por el dolor, el costillar machacado contra ese heredero del coloso Sabonis, pero regresó al banquillo como El Cid después de muerto para alentar a sus compañeros en la ruta imparable hacia nuestro tercer Eurobasket. Rudy lloró luego en el podio. Lágrimas de orgullo, de jerarquía, de grandeza. Este equipo no tiene jefes. Tiene líderes. Y esa diferencia los convierte en invulnerables. Willy Hernángomez celebra las canastas como si fueran suya, Claver aprovecha sus minutos para poner un mate de NBA, Ribas se atreve a machacar pese a su estatura, San Emeterio aporta el carácter cántabro que siempre acompaña a las grandes gestas… Y luego están los héroes. Aquí hay muchos y a cuál más admirable.

Rey Gasol. Me pasaría una semana entera hablando con Pau para darle las gracias en nombre de todos los españoles. No se imagina el bien que ha hecho en un momento de dudas y zozobras alejadas de la cultura del deporte. Gasol no es ambiguo, no tiene dobleces. Quedará para la memoria su celebración del mate final ante Francia y no olvidaremos cómo festejó ayer en Lille ese oro que devuelve al basket español a lo más alto del Olimpo. Pau, gracias porque contigo empezó todo.

Felipón. Asistí a la barrida sobre los lituanos en la calle Alcalde Sáinz de Baranda, cerca de una terraza situada muy cerca de ese Palacio de Goya donde el póker mágico del Madrid imparte lecciones de baloncesto cada semana durante la temporada. Ante la falta de emoción, lo de España con Lituania fue como el 4 a 0 de la final de la Eurocopa de fútbol en Ucrania 2012, me puse de tertulia con unos hinchas fieles a este deporte. Se habían criado en el Ramiro de Maeztu. Eran de Estudiantes. Y valoraban la evolución de Felipe Reyes, el gato siamés de Gasol en esa generación de oro que nació en el Mundial Júnior de Lisboa 99. Felipe, el cordobés; Rudy, el mallorquín; Chacho, tinerfeño; El Increíble Llull, menorquín… Todos remando en la misma dirección junto a un balcánico enamorado de la piel de toro (Mirotic) y un italiano engominado que se las sabe todas (Scariolo). Era imposible fallar con tanto talento acumulado en esta cruzada.

Rumbo a Río. Faltaban Calderón, Ricky Rubio, Navarro, Abrines y, sobre todos, Marc Gasol. Pero no se les echó de menos. Hubo EQUIPO por encima de todo. Y en los Juegos de 2016 ellos podrán sumarse a la fiesta si se comprometen a muerte. Hay presente, hay futuro. Y de ORO macizo. Qué gozada ser español. Esa imagen de Gasol dejándose la vida ante Francia será como la parada de Iker a Robben o el gol de Iniesta. España, camisa blanca de mi esperanza…