Dumoulin y Aru rompen el modelo
La última semana ha enmendado una Vuelta a España que venía enrarecida. La polémica del albero de Marbella, la expulsión de Nibali, el coma de Boeckmans, los accidentes de Sagan y Paulinho con las motos, la caída de Froome… A ello se unió un extendido cansancio que daba luz verde a las fugas y que alcanzó su cénit con el sopor de la Ermita de Alba. También hubo cosas buenas, claro, como el etapón de Andorra, la Cumbre del Sol, la bella Sotres, o la presentación en una plaza grande de los talentosos Chaves, Dumoulin y Ewan.
Dos etapas recondujeron la carrera: la crono de Burgos, que situó a Dumoulin con tres segundos sobre Fabio Aru, y los puertos de Madrid. Ambas jornadas rompen (o, mejor, complementan) eso que Javier Guillén llama “el modelo de la Vuelta”. La sucesión de llegadas en alto no garantiza el espectáculo. Están bien para combatir la monotonía: siempre es mejor un triunfo de Valverde en Vejer o de Chaves en Cazorla, que un sprint tras otro de Cavendish... Por muy estúpido que le parezca a Cavendish. Pero si añades una crono, obligas a los escaladores a atacar a los contrarrelojistas. Y si además metes etapas montañosas sin finales en alto, obligas a estrategias lejanas como en la Morcuera, en lugar de concentrar todo en el último kilómetro. Así se ha salvado la Vuelta 2015.